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martes, 31 de marzo de 2020

VOCINGLERO QUINCENAL


La Procesión de Jesús Caído que sale de San Pedro en la mañana del Viernes, a su paso por la plaza de D. Agustín Salido

Ciudad Real, este pueblo nuestro tan apático y tan sin bríos, tiene, como una excepción en su temperamento, un gran entusiasmo por su Semana Santa. Aquí, donde se marchitan sin fruto, por la influencia contraria del ambiente, toda iniciativa elevada y todo intento de resurgimiento, ha podido tener realidad, sin embargo el deseo de unos hombres de voluntad que quisieron hacer una fiesta de arte de esta clásica Semana de Pasión.

Tenemos, hoy unas cofradías brillantes y bien organizadas, que son objeto de elogios por cuantos forasteros acuden a nuestra capital a presenciar las fiestas religiosas de la Pasión.

En estos días, la vida ciudadana se ha intensificado gracias al atractivo de nuestras procesiones. Las viejas calles dormidas mansamente, han visto turbada su mística tranquilidad manchega por el reír de las bellas mujeres, por el deambular constante del pueblo que se divierte.

Hubo un bando de la alcaldía rogando a los vecinos, enjalbegarlas calles del tránsito. Y los buenos vecinos, pusieron una mano de cal blanca y alegre, sobre la antigua amarillenta de las paredes. Bajo el sol primaveral las fachadas encalados reverberan. Sentimos ante ellas una alegría sana, de alma primitiva y llana, sin recovecos, ni torceduras.

Leyendo este bando de la alcaldía, creemos encontrarnos en un pueblecito pequeño y humilde, perdido en la inmensidad del llano castellano. Simpatizamos con este espíritu, un poco rústico, de la disposición municipal que pide una sencilla colaboración a los vecinos.

Se adecentó así el aspecto de la ciudad, para ser dignos — la limpieza es una manera de dignidad — de los huéspedes que habían de llegarnos.

Las guapas mujeres manchegas — estas muchachitas nuestras, eternamente encerradas en la lobreguez de las viejas casonas – gustan de estos días románticos de la pasión sagrada, que tienen un aspecto de rudeza bíblica, y un aroma voluptuoso y sensual en la claridad de las noches luneras, perfumadas por las primeras flores abrileñas. Tienen para ellas un gran encanto estos días, en que las blondas almágrenos difuman sus siluetas entre las espumas rizadas de las albas mandilas o enmarcan los rostros morenos, de ojos abismales, entre la severidad castiza de la mantilla negra.

Por eso vienen a Ciudad Real, desde todos los pueblos de la provincia las lindas paisanas, las bebas mujercitas manchegas, encerradas siempre entre la tristeza de la viejas casonas castellanas.

El Viernes Santo, al mediodía, la gente “bien”, presencia desde la terraza del Casino, entre sorbo y sorbo de cerveza, el paso de las procesiones

Y en la mañana del Jueves Santo, en la severidad triste de los templos colgados de paños, estas muchachas gentiles, ponen una nota clara de alegría con sus mantillas blancas almagreñas y sus rojos claveles sobre el pecho.

La muerte del Rabí Galileo, ha hecho del Viernes Santo el más triste de todos estos días. No conocemos nada tan triste como el crujido ronco de la vieja carraca, que deja caer la aspereza de sus sonidos, desde lo alto del campanil de la torre.

Como respondiendo a esta severidad del día, las mujeres castellanas abandonan la alegría de la mantilla blanca y quitan a sus bustos el bello realce de los claveles. Entre las sombras de la mantilla negra, en el crepúsculo infinitamente melancólico de la tarde del Viernes Santo, los ojos de las mujeres morenas son más negros y más seductores. Y es, que no hay en todos estos días un momento más bello, que este del vespero rojo; rojo por el sol que muere entre una esplendidez de tonos purpúreos, rojo en la cara de las mujeres y en los cuerpos desnudos y sangrantes de los cristos al resplandor de las bengalas.

Tenemos en Ciudad Real un Cristo viejo divinamente hermoso: el Cristo de la Piedad.

Cuando al morir la tarde del viernes, marcha por la amplitud de la calle de Toledo entre el resplandor oscilante de los hachones que llevan los cofrades vestidos con la túnica negra y elegante, sentimos una rara emoción infantil, diríamos anonadamiento y pequeñez; como un encogimiento espiritual.

El sábado de gloría, oímos desde la cama el alegre repicar de todos los campanarios. Es el aleluya con que saluda la resurrección del Hijo del Hombre.

Parece que el espíritu sobrecogido todavía por el recuerdo de la tragedia sacra, nos pide esparcimiento.

El municipio, de acuerdo con el comercio—que sería, el más beneficiado con ello—debería organizar un par de días de festejos lucidos en estos días pascuales.

Después de la brillantez de las solemnidades religiosas resulta mezquino y ridículo obsequiar al forastero con una función de pólvora ramplona y una becerrada. Veremos si otro año se pone remedio a esta deficiencia.

SIMÓN ABRIL.

Revista “Vida Manchega” Núm. 249, Ciudad Real 10 de abril de 1920

El Descendimiento “Paso” existente en la Parroquia de Santa María de la Merced, que estrenó una artística carroza, en la procesión del Santo Entierro

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