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viernes, 6 de agosto de 2021

EXTENSIÓN DE LA DEVOCIÓN DE LA MILAGROSA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA DEL PRADO (III)

 

Medalla del siglo XIX de la Virgen del Prado



Había en Pozuelo Seco, por los años 1066, algunos caseríos y labores, con un fresco prado que constituían un pequeño lugar, que pronto llegó a ser conocido en toda la España cristiana por el acontecimiento operado por la Virgen, acudiendo de todos los lugares infinidad de gentes, muchas de las cuales establecieron su morada en este lugar por lo que, en muy pocos años, se convirtió en una puebla, tomando este nuevo nombre o el Pozuelo hasta que Alfonso VIII, el de Las Navas, otorgara a su caballero Don Gil en propiedad el heredamiento de Pozuelo quien dejó su nombre unido al del lugar, por lo que empezó a llamarse Pozuelo de Don Gil.

Es evidente que los primeros peregrinos a este lugar fueron los mismos reyes: Alfonso VI con su capellán Colino, de vueltas a Toledo, permaneció en el lugar de la ermita de la Virgen, dotándola de ricos ornamentos y gracias.

También lo hizo Fernando III lo que dio origen, con ocasión de esta visita a que, con la ayuda de Don Gil, padre de Miguel Turro y Pascual Ballestero, fundadores de Miguelturra y La Poblachuela, respectivamente, se creara la Hermandad para protegerse de los daños que ocasionaban los Golfines.

Asimismo hay testimonio escrito de esta presencia, en este lugar, atraídos por la devoción a la imagen de la Virgen, de la reina doña Berenguela y su hijo don Fernando III el Santo que vino acompañado de su esposa la reina doña Juana, permaneciendo cuarenta días en el lugar, donándole diversos ornamentos, entre ellos, un manto de “raso blanco con unas ruedas en medio de oro a modo de florones, mandando el rey hacer una campana muy grande con once escudos en ella, con las armas de Castilla y León y una flor de lis”.


Manuscrito del siglo XVII con la Historia de la Virgen del Prado, que se encuentra conservado en la Parroquia de Santa María del Prado (Merced)



Tal era el numeroso público que acudía a Pozuelo Seco que, por decisión real, esta ermita se le llamó Santa María del Prado y que fuese parroquial hasta que en 1255, Alfonso X el Sabio, “viendo cuánto era, el aumento de este lugar, hallándose un día en él pasando al Andalucia... determinó ennoblecerle ampliándole, movido por la devoción que tenía a esta Bendita Imagen a quien la tenía por milagrosa patrona y abogada”, dirigiéndose a sus caballeros y cortesanos manifestó su deseo: "Mis boos omes, fazamos aquí una boa villa”, creando, desde entonces, Villa Real, dando a la iglesia de Santa María del Prado una gran cantidad de monedas antiguas de plata que llamaban torneses.

No menos generoso fue, asimismo, Juan II quien “viendo la pujanza con que Villa Real iba creciendo y acordándose de los servicios que, en algunas tribulaciones, le había hecho, determinó de premiarla con el título de Ciudad, llamándola “Muy Noble y Muy Leal Ciudad Real”. Visitó la Ciudad y la Virgen, dejándole una casulla de brocado azul y un frontal de lo mismo.

Si tal fue el comportamiento de los reyes, desde un principio, cuál no sería el de los súbditos vasallos.

El mismo Concejo, desde siempre, tuvo gran empeño en favorecer la difusión de la devoción a Santa María del Prado. Ya el 7 de diciembre de 1643, con ocasión de la “Historia de la Imagen de Nuestra Señora del Prado de Ciudad Real” que estaba escribiendo fray Diego de Jesús María, carmelita descalzo y prior del Convento de Guadalajara, hijo de Ciudad Real, acuerda, según testimonio de Juan Ortega, escribano público y secretario del Ayuntamiento, designar “diputados a don Luis Bermúdez y don Diego de la Cueva para que, de parte de esta ciudad, le den las gracias y le piden continúe la obra... y, si para ello, tuviere necesidad de ver algunos papeles, se abra el archivo y se les muestren los que fueren a propósito”.

 

Libro con la Historia de la Virgen del Prado, escrito por el religioso Fr. Diego de Jesús María en 1650



En el libro del Cabildo Eclesiástico que empieza en el año 1720, se recoge este magnífico testimonio: “El Ilustre Ayuntamiento tiene antigua e inmemorial costumbre por venerar y como se tiene a la milagrosísima imagen de Nuestra Señora Santa María del Prado como Patrona única y verdadera de esta ciudad, su fundadora y protectora desde el feliz momento en que se dignó quedarse en este sitio milagrosamente: en aquella época un caserío de hulmildes labrradores...”.

Era el Concejo Municipal quien, llevado por la devoción a la Virgen, organizaba solemnes plegarias y rogativas públicas siempre que la ciudad o la comarca padecía calamidades de cualquier tipo. Muchos son los testimonios que, en este sentido, se conservan, especialmente a través de todo el siglo XVIII.

Ni qué decir tiene que los grandes acontecimientos nacionales como las honras fúnebres por los monarcas y la proclamación solemne de los mismos siempre se celebraban en la parroquia de Nuestra Señora Santa María del Prado, en torno a tan preciosa imagen. Así como las honras por los difuntos de la dominación francesa y la acción de gracias por la victoria sobre el invasor francés.

La Virgen del Prado, desde su permanencia en este lugar, ha sido proclamada, venerable y exaltada, gozosamente, por propios y extraños, en la adversidad y en la prosperidad, cumpliéndose así por las generaciones a lo largo de nueve siglos la profecía de esta singular Mujer: “Bienaventurada me llamarán todas las generaciones”


Ubaldo Labrador, Párroco de santa María del Prado. Diario Lanza 13 de mayo de 1988


Pintura de Vicente Martín con motivo del IX centenario de la Virgen del Prado, celebrado en 1988


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