La flor del clavel en su forma silvestre tiene, como la de la rosa, cinco pétalos, pero en este caso son de uña larga y desbordan los limbos el largo dedal del cáliz cilíndrico. El cultivo hizo fastuosa la flore aumentándole sus hojuelas, unas veces blancas, otras rojas, rosa…, hasta reventar el cáliz en orgía de color y olor. ¡Claveles reventones de verbena, de toros, de Calvarios!
Con el nombre de esta bella flor empieza una calle en la acera izquierda de la de Toledo, cuando en esta, rompe la alineación de su lado derecho la plaza de la Misericordia. Ancha, recia, corta, pobre, de casas bajas, la calle del Clavel muere en la de Pedrera Baja.
Antaño –y aun ahora- cuando llovía, la calle se hinchaba de agua de acera a acera y la vertía a raudales, en la citada plazuela hasta inundarla y convertirla en tranquila laguna para que se minaran los seculares olmos y se reflejara la severa fachada de la Casa de la Misericordia fundada por el Cardenal Lorenzana, en 1784, y en cuyo interior “trescientas personas pobres se ocupaban en desmontar, lavar, cardar, hilar, tejar la lana y hacer paños no finos pero muy buenos para el abrigo. Tenía un sacerdote como rector, capellán y mayordomo, contador y escribiente, celadores y rectora de mujeres. Cada mes en una sala muy bien compuesta, con el retrato de Carlos IV, se reunía la Junta constituida por el Corregidor como presidente, el Vicario, algunos Regidores y los tres párrocos y acordaban lo conveniente para el mejor arreglo de la casa. Ya no existe más que el edificio muy estropeado porque lo han vendido y sirve de cuartel” –contaba un cronista de mil ochocientos y pico.
Y como cuartel, con
el bello escudo original en el tímpano de la fachada, continúa en la
actualidad. Pero sin la hermosa reiría de las ventanas altas que fueron
arrancadas en 1937 o 1938.
Julián Alonso Rodríguez. Diario “lanza”, lunes 25 de
febrero de 1956
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