Al escribir Academia me refiero a la
General de Enseñanza de tan brillante y transcendental historia en la
provincia. Habrá quienes guarden recuerdo de gratitud para esa conocida casa,
la número 1 de la calle de Caballeros. En cuanto a mí, en sus aulas logré mi
porvenir. En 1909 cursé el sexto del Bachillerato para hacerme, seguidamente,
Maestro Elemental, con cuyos dos títulos me habilité para, con toda modestia y
gran perseverancia, alcanzar los grados de Licenciado en Derecho y poco después
el de Filosofía y Letras.
Así con discreta preparación humanística
alternaba estudios y trabajo que me hicieron independiente.
Cuando en 1915 ingresé en filas ya era
Abogado y la intervención de D. Miguel, con una de sus paternales
recomendaciones, me permitió pasar un buen servicio en el Cuartel de la
Montaña, como recluta del Regimiento de Ingenieros de Telégrafos.
De la Academia salí para vestir
uniforme, toga y medalla. En sus paredes amparadoras hallé cobijo. Del mismo
ambiente participaron D. Benjamín Ortiz Román, Magistral de la Catedral de
Oviedo y D. Fermín Hervás, Capellán Castrense. La Academia era obligada
antesala de destinos públicos mediante oposición. Bajo su techo pude
simultanear la enseñanza y la oficialía de este Gobierno Civil.
Las tres fechas más recordadas de mi
vida están vinculadas en el centro. El 17 de marzo de 1917 debutaba en la
Audiencia Provincial de la calle de la Mata. El 4 de abril de 1921 partía para
Badajoz para desempeñar mi primer puesto estatal adscrito como funcionario de
Gobernación. Y el 8 de septiembre de 1923 quedó atrás mi soltería para levantar
en la misma calle número 13, el feliz hogar, complemento de mi existencia.
Así que en lo material podía discurrir
por todas las dependencias de la casa a oscuras o con los ojos vendados sin
riesgo de equivocarme. Y en lo moral fueron tantas y tan variadas las
vicisitudes pasadas; y mi alma vibró con intimidades escolares, episodios
políticos, antagonismos sociales, acaso desengaños juveniles que formaron mi carácter
con temple adecuado para enfrentarse con situaciones cualesquiera. De 1909 al
1928 pasaron 19 años de experiencias de gran provecho humano.
República, revolución, guerra civil y
liberación me alejaron de esta ciudad, perdiendo el inmediato contacto con mi
habitual residencia. El año 1928 reclamó mi atención el Instituto Elemental de
Peñarroya-Pueblonuevo. Regresé el 5 de abril de 1939 para incorporarme a la
Secretaría Provincial de FET y de las JONS. Vine con las tropas, con tiempo
para despedirme, para siempre, de D. Miguel, apretando sus manos y besando su
frente. ¡Mi primera lágrima de la paz! Se moría el buen valedor. Pepe Selas, el
fiel sirviente, fue testigo.
Mas tarde se produjo el desquiciamiento
de la Academia. Con su director cayó todo. No ha vuelto a ser lo que fue, pese
a la actividad de no pocos titulares de la enseñanza y del prestigioso empeño
de nobilísimos colaboradores.
No solo se cerró para la docencia, sino
que el oficinismo masivo, con ritmo de mecánicas sistematizaciones desdibujó el
perfil netamente educativo de su tradición escolar.
El Gobierno Civil continuó alojado en el
principal izquierdo de la casa. Pero un atardecer (no quiero recordarlo), ardió
parte del inmueble, que hubo que evacuar, quedando en ruinas las timeras y
paredones espectrales, techos hundidos y huecos calcinados. Rabioso llanto,
hijo de impotencia remediadora, me llenaron de tristeza por segunda vez: la
Academia se nos iba definitivamente.
Se remozó por fin la estructura
arquitectónica, pero quitándole sus graciosos balcones y celebrados voladizos,
suprimiendo muros y tabiques, llevándose aquella aula de cristal, centro de la
casa, la clase de párvulos que rigió con modos helvéticos D. Amadeo Poissat; y
se instalaron dependencias y clases al servicio de la Primera Enseñanza y de la
Inspección del Magisterio e incluso para la Escuela Normal.
No duró mucho esta renovación
contemporánea de la entrada del actual Prelado en la diócesis. Una inolvidable
mañana, con ribetes de catástrofe frustada, se desplomaron los techos de las
aulas del primer centro pedagógico, sin resultados trágicos. Pero el susto fue
tremendo. Cerrado como una sepultura: cortado al tránsito ese pasaje que separa
el edificio del Casino, y que fue recreo de tantas muchachadas al acecho de lo
que pasaba en el salón de baile, lugar de feliz encuentro de los primeros
albores de amor, soñaba nuestra desidia.
La Academia fue. Ya no es. Signo de
muerte y resultado del quehacer devorador del tiempo, se ve, a modo de
centinela simbólico, en el mismo sitio que recibía generación tras generación
las ilusiones de abuelos, padre e hijos.
En el corazón de la ciudad, el sitio más
codiciado y concurrido. Bien cerca del Palacio Episcopal, a la misma distancia
que siempre se mantuvo del Instituto Nacional de Enseñanza Media. En el
itinerario de los que van al Hospital, de las que buscan la clausura
carmelitana, en plena riada de esa juventud llena de ilusiones para las que
quedó, en Instituto Femenino.
¿Cuándo cesará esa desagradable visión
que ofrecen los restos materiales de la más genuina de las instituciones
docentes de la Mancha?
Mucha amargura y penosa contrariedad
supuso conocer el tercer desgraciado desenlace de la Academia. Nos faltó a
muchos algo así como el sentido de conservación cuando se cerró el histórico
centro. Recuerdo su estandarte azul que se conservaba junto a la bandera
nacional en sendas vitrinas de la simpática biblioteca del centro, tan visitada
por los aplicados. No nos lo perdonaremos jamás. Y conste que son muchos,
muchos, muchos los que en ella aprendimos ciencia, ética, buenas lecciones
frustradas al no mantener su continuidad.
¿Qué vendrá después de todo esto que
señalo? Sus puertas cerradas y los techos hundidos, con el pasaje de Pérez
Molina interceptado, por emparedamiento, dan la sensación de cuerpo inerte, sin
vida, muerto. Pero sigue el Casino, de plácida vecindad, único que nos evoca…
eso: el regocijo de sus fiestas oídas furtivamente y vistas desde los dormitorios
de la Academia de D. Miguel, así, sin apellidos, don Miguel, Todo pasó. Proceso
vital con luz, sacrificio, servicio, fuego, escombros.
C.C.G.
Boletín de Información Municipal nº 29, marzo de 1969
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