Hemos ido a
visitar a la Virgen del Prado. Unos cohetes y el volteo de campanas, nos
avisaron de que nuestra Patrona, había bajado de su camarín para así recibir,
más cerca, más íntimamente, a todos sus hijos. Durante el resto del año está
siempre presente, pero un poco más alejada de nosotros. Nuestra Señora antes,
ahora y siempre, necesita de las oraciones de sus fieles y todos necesitamos de
las suyas; quizás por esto se recluya gran parte del año, para pedir por
nosotros y llegar después durante estos días, llena de gozo y amor, como el
mejor símbolo de que siempre podemos y debemos contar con ella.
Nunca pudimos
redactar bien las notas necrológicas, ni escribir sobre un determinado santo en
los programas de feria y fiestas. Son frases, a nuestro juicio, que se repiten
sin sentido, vulgarmente, sin poner el corazón y aún poniendo mucho interés en
ello no suelen salir un trabajo brillante. En el caso concreto de exaltación de
nuestros “Patrones” o “Patronas”, lo más convincente es el sermón; un buen
orador puede llegar a emocionar con su lirismo a los oyentes. Esa poesía por el
contrario es difícil trasladarla al lector. Esta al menos, es nuestra creencia.
Lo que no cabe
duda es que la Virgen María, bajo cualquier advocación, para los manchegos
concretamente la del Prado, sin necesidad de esos piropos al uso, nos hace
sentirnos otros; con alma renovada, más humildes, más cordiales, más
caritativos, cuando llegan estas fechas. Todos sabes que esa Virgen es la misma
que sufrió por Cristo, su Hijo, que la podemos encontrar representada en
cualquier imagen; con el corazón traspasado de dolor tendiéndonos una mano para
sacarnos del purgatorio o viendo levemente teniendo sobre su regazo al
Niño-Dios. No importa, lo realmente bonito es sentirse más pequeño, más
desamparado, más insignificante que nunca, en los días que van desde San
Lorenzo hasta la octava, para poder ir a la Catedral, año tras año y decirle a
la Madre cuanto se nos ocurra.
Lamentamos que
algunos nos tachen de paleto o, lo que es peor, de plañideros; nada más lejos
de nuestro ánimo, pero si los caminos para llegar a Dios son infinitos,
nosotros en este mes de agosto, preferimos seguir el tradicional camino del
Prado y, un tanto egoístamente, ahora en que no haya muchos fieles en la
iglesia, para así, en intimo coloquio, hablar con nuestra Madre confiadamente;
de cosas incluso pequeñas, como muchas veces hablamos a la otra madre. No se si
nos llegaran a comprender todos, pero es un gozo particular, totalmente al
margen de fetichismos y ramplonerías.
La realidad es que
salimos confortados. Nos preocupaba poco si en determinada batalla apareció o
no apareció sobre un árbol y si las huestes de tal o cual caudillo ganaron una
batalla para llevar en su tienda de campaña la imagen; todo eso es bonito, es tradición
o leyenda. Lo bueno, lo encantador, es llegar, arrodillarse y decir: “Aquí
estoy Madre mía”, el resto de la oración, de tu diálogo con Ella, te fluirá a
los labios, incluso te sorprenderás de la elocuencia que te brota del corazón.
Y no creáis que
será un mono logo mudo. Lo que ocurre es que a la Virgen hay que hablarle con
sencillez y sin voces. Como dijo el poeta, en estas ocasiones “hay que hablar
claro, pero bajo, para encontrar el encanto de los misterioso”.
D.N. Ramírez Morales. Diario Lanza 11 de
Agosto de 1965
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