En otra ocasión, cuando escribí de la
historia del Prado, cité el pozo. No estará mal volver a desplegar desvaídos papeles
que envuelven recuerdos del paseo y el pozo aspirar de nuevo el olor acre y
rancio, pero bello, antañona mojado, de nuestro pasado.
Corría el año 1821.
Aquel prado, comunal, extenso y agreste
de siglos legendarios e inmundo luego, estaba ya decente y arbolado desde que
en 1778 ó el 1783, se empeño en ello el benemérito Isidoro Madrid tan amigo del
árbol, como enemigo de su maltrato. ¿No os parece hacen buena falta “al
presente” unos cuantos, aunque fueran pocos, Isidoros Madrid?
Limitaban el Prado el caserón de la
antigua Chancillería Real y frente a frente, el templo de Santa María. Entre
los dos y más cerca de éste, “las casas del vinculo de los Cózar, habilitadas
por el campanero”, rompían la regularidad del área del paseo. Circundaban sus
otros dos costados, la casa del ex corregidor Díez –sita donde ahora el
Casino-, casonas noblotas y restos de predios de la Virgen del Prado
propietaria, en otros siglos, por donaciones piadosas. En el centro de la
arboleda había dos pilones alimentados por viejo conducto, ciego desde la
guerra de la Independencia, que partía de un pozo, “propio de unas memorias de
la santa imagen” y cercano al cementerio de la iglesia por el lado del Camarín.
Gran sequía debió venir aquel año cuando
en abril se pensó regar el arbolado, pero lo impedían el obstáculo de las regueras cegadas y otro
mayor todavía. Don Fermín Díez, el ex corregidor, para hacer un jardín junto a
su casa, adquirió dos solares lindando con ella y con salidas a la calles del
Prado y del Camarín, y, por equivocación –o por viveza-, se apropió el cercano
pozo-noria de la Virgen, como jugosa ayuda de su proyectado recreo, y dio en
negar el agua que pedía el vecindario para refrescar la alameda del paseo.
En averiguaciones estaba el Municipio
del verdadero dueño del pozo cuando, el día 2 de mayo, brotó agua en abundancia
por las regueras. Con gran rapidez se propagó el suceso por la ciudad y corría
la gente al Prado para cerciorarse de ello tomándolo como milagro. No poco
trabajo costó al Cura y al “alcalde de primer voto” convencer a la multitud que
no había tal milagro y sí sólo agua trasvenada de la alberca.
Con todo, el pueblo pidió le fuera
devuelto el pozo a la Virgen. Algunos hombres y mujeres, decididos, limpiaron
las fuentes, trajeron caballerías a su costa y, previo permiso superior,
empezaron a regar.
Al anochecer, seis granaderos
provinciales llevaron, en volandas, al Párroco a casa del Vicario, para que le
rogase permitiera sacar la Virgen alrededor del Prado en acción de gracias por
inusitado acaecimiento. Accedió el Vicario si daba permiso el jefe político y,
como contaban con éste, volvieron al Párroco a su casa.
La multitud se aquietó y retiró sin
dificultad ni estrago, según cuenta el relato que casi propio.
Al día siguiente, 3 de mayo, a las seis
de la tarde, la Virgen salió para hacer su paseo triunfal y entró en su templo
a las diez de la noche. En este espacio de tiempo, ni después, ni antes –según nos
cuentan- hubo desorden alguno, aunque prodigaron en grande los llantos y vítores
a la Patrona.
…Pero, el coronel y la oficialidad del
Regimiento de Navarra, acantonado en Ciudad Real, celosos en exceso del orden,
levantaron recurso al Rey, por todo lo pasado, acusando al pueblo de sedición y
a las autoridades civiles de promotoras. Tal fue el revuelo que trascendió
hasta “El Expectador” de la Corte quien insertó la noticia en sus columnas. El
comandante del Regimiento de Alcántara vino a Ciudad Real, como consecuencia
del recurso elevado a S. M. y pudo comprobar –según nos cuentan- lo injusto de
la denuncia.
Por lo visto –según nos cuentan- a estas
alarmas estaba acostumbrada la oficialidad del Regimiento de Navarra puesto que
por motivos semejantes con anterioridad había sido trasladado de Badajoz a
Toledo.
El Ayuntamiento pudo recuperar el pozo y
don Vicente, hijo del famoso corregidor, pretendió, lindamente, “pagar al
Concejo la parte que le correspondía de los censós”. ¡Por algo era hijo de tan
avispado padre!
Cuando en la segunda década de la actual
centuria, empezábamos los estudios bachilleriles y tomábamos el Prado por campo
de nuestros juegos y travesuras, en la calle del Prado, alineada con la fábrica
de sifones y gaseosas de Ruiz de León y haciendo rinconada con el edificio en
la actualidad convertido en Escuela Normal de Maestras, había una fachada
enjalbagada y pobre, de un piso, con ruín puertecilla de alto escalón y, a lo
que creo recordar, unos pocos y chiquitos ventanillos abiertos acá y allá.
Después, colocaron delante, no muy monumental que digamos, la tapia de lo que
se pensó fuera Casa de Socorro y no llegó a serlo, y aún, hoy sin enlucir está
¡como hace cuarenta años que la levantaron! De este modo quedó tapada la
enjalbegada “casilla del guarda del Prado”, con el pozo dentro.
Joaquín, más fuerte que gordo, era
entonces el guarda. Nos parecía vieja y nos regañaba mucho. Antes, no conocido
por nosotros lo fue Montero y también a nuestros mayores los amenazaba con “plantarles”
una multa si le quitaban rosas de los jardinillos.
De Montero, dice la seguidilla:
“A las seis de la tarde
riega Montero
y le ayuda Nolasca
con un puchero”.
Nolasca, era su mujer. Ciertamente, por
lo visto, no eran muy adelantados los medios de riego de nuestro paseo allá en
las postrimerías del siglo XIX.
Un hijo del matrimonio Montero y
Nolasca, don Rosario, beneficiado de la S. I. Prioral, escribió la mejor página
de abnegación en su misión sacerdotal al concluir nuestra última guerra: Una
noche de días misionales, agotado de oír y perdonar pecados en los bancos del
Prado, convertidos en confesionarios volvió don Rosario a su casa buscando
reposo para el cuerpo muy quebrantado de suyo. Pocos minutos después, en el
lecho, entregaba el alma. ¿No sé quién me refirió que sus ojos vivarachos y un
poco saltones en vida, los fijó la muerte mirando en derechura a la cercana
ermita donde se veneraba la Virgen de los Remedios que él había querido tanto e
hicieron desaparecer picando el muro donde estaba pintada.
Los otros hijos de aquel honrado
matrimonio dejaron en su trayectoria buena, trabajadora y honrada heredada y
perpetuada con el apellido.
Pero, volvamos al asunto del pozo de las
memorias de la Virgen: ¿Existe o no?
Sí. En el corralón de la casa almacén en
que han convertido la tradicional “casa del guarda” están la alberca y el pozo
maltrecho, quieto. Hace savia de las aguas del pozo y a la vera monta guardia
vertical, perenne y umbrosa, un olmo alto, muy alto.
¿No sabéis la novedad? El olmo se ha
hecho novio de la espadaña nueva y coqueta de las monjas del Servicio
Doméstico. Me lo contó, él mismo, en uno de nuestros amistosos coloquios
veraniegos.
… Como en otros se quejaba de los duelos
y quebrantos del Prado, hace tiempo sin guarda, y del pozo, desmantelado. Y en
no pocas charlas me refirió episodios de Gabriel Miró cuando eran vecinos e
intimaron por encima de los tapiales corraleros.
Julián
Alonso Rodríguez. Diario Lanza jueves 11 de diciembre de 1952, página 3.
No hay comentarios:
Publicar un comentario