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lunes, 9 de noviembre de 2020

LA FIESTA DE SANTIAGO Y EL VOTO DE LA CIUDAD

 


Un poco de efemérides-La verbena y la función religiosa-El sermón

La fiesta del apóstol Santiago el Mayor, es para los ciudarrealeños, motivo de doble júbilo y fecha de feliz recordación. Por un lado la fiesta del santo Patrón de las Españas, de aquel Santo apóstol que predicó en nuestra patria la doctrina de Jesucristo, de aquel Santo varón cuyos restos eran más tarde hallados por inspiración divina; difundiendo su veneración y fe por todas partes, hasta lejanas tierras de allende los pirineos.

De otra parte es la fecha del 25 de Julio, la que trae a la memoria de los viejos, el recuerdo grato e imperecedero del día, en que para tranquilidad de los habitantes de este pueblo, terminan las obras de desecación de las lagunas de los Terreros, aquellas lagunas mortíferas que tantas vidas costó a los moradores del sufrido barrio de Santiago.

Era coincidencia providencial. En otros tiempos el fervor al Santo Apóstol hacía llegar de lejanas tierras grandes e interminables comitivas de peregrinos que postrados ante el Sepulcro de Compostela oraban cumpliendo sus promesas. Lo mismo llegaban de Francia, que de Italia, que de Alemania, hasta aquellos juglares de la Provenza.-donde la fe por el apóstol, era ardiente- los cuales entonando sus canciones fáciles y sonoras, esparcían en Galicia las rimas de sus trovas que dulcificarían después armoniosamente su dialecto. Y si la tierra la frecuencia y aglomeración de peregrinos llegó a grabar sobre el suelo el llamado Camino de Francia, en el cielo para los peregrinos de España el Señor también grabó la Vía láctea o “Camino de Santiago”.



Después, andando el tiempo en el día del Santo Patrón, Patrón al mismo tiempo del barrio tan mortalmente castigado, eran los vecinos de este pueblo los que marchaban con el corazón y sus oraciones hacia el Sepulcro de Compostela, siguiendo con su mirada en la noche de la víspera, el camino del cielo, para rezar allí su acción de gracias por el inmenso favor concedido de ver extinguido el horrible azote.

Ocurrió este hecho memorable en el año 1868 a los seis meses menos un día de comenzar las obras. Y lo que un siglo antes no había podido realizar a pesar de todos sus esfuerzos el cardenal Lorenzana, el vecindario de Ciudad Real veía finalizar el día 25 de julio de 1868, gracias a las iniciativas del gobernador don Agustín Salido, cuyo nombre lleva una plaza del barrio de Santiago, y que más que plaza mereciera un monumento como así lo acordó el Ayuntamiento de entonces, que por desgracia no ha pasado de ser un acuerdo como otros muchos.

Eran las lagunas de los Terreros, balsas de agua de gran extensión que se formaban en el sitio de aquel nombre, que es el que hoy ocupa la Granja Agrícola. Debido a la alteración de las aguas por la descomposición de las innumerables subsistencias orgánicas que acarreaban, ocasionaba en los veranos altas fiebres y frecuentes epidemias de las que pocos vecinos del barrio de Santiago se libraban. Morían muchos y en aquel barrio tan castigado, era un lamento eterno y un dolor profundo que nadie lograba extirpar. Como antes decimos en el año 1775 el cardenal Lorenzana hizo una intentona que no tuvo éxito alguno. Dos años más tarde se repitieron los trabajos con escaso resultado.

Así quedaron las cosas dejando latente el terrible enemigo que no cesaba de aumentar el número de víctimas.



Un día señaló para la vida de Ciudad Real nueva era y la voz de un hombre de voluntad e iniciativas, emprendedor y activo, se esparcía entre el júbilo de una fiesta, llevando el corazón de los ciudarrealeños, la espera de la salvación.

El 23 de enero de 1886, en el acto de colocar la primera piedra del edificio que hoy ocupa el Ayuntamiento, el gobernador D. Agustín Salido, anunció solemnemente que se cometería la obra de la desecación de las lagunas de los Terreros como obedeciendo a una sola voz, el pueblo que le escuchaba prorrumpió en vítores y alabanzas, no cesando de aplaudir hasta el final de su discurso.

Efectivamente a los tres días después también solemnemente el gobernado echaba la primera espuerta a las lagunas, la segunda la echó el párroco de Santiago D. José María Toledano.

Como la cantidad de tierra que se necesitaba era enorme dada la extensión y profundidad de las lagunas que en algunos sitios pasaba de tres metros, el gobernador consiguió de la Compañía del ferrocarril de Badajoz prestara su concurso y al efecto instaló una vía férrea que partiendo  del paso a nivel del antiguo camino de Miguelturra, cruzaba el altozano del Calvario hasta las mismas lagunas. Puso al servicio de las obras la maquina número uno de la Compañía llamada Miguel de Cervantes que aún conserva la Compañía de M. Z. A. y que todavía vemos en este depósito, al servicio de las maniobras.

Esa máquina que para los ciudarrealeños solo merece gratitudes, tiene en su historia esa página tan honrosa y hay que mirarla con veneración y respeto, porque a ello estamos obligados. Arrastrando sin plataformas transportaba las tierras que se extraían de las propiedades que el Ayuntamiento adquirió para este fin y que algunos hidalgos manchegos como D. Joaquín Zaldivar cedieron graciosamente.



En estas obras trabajaban hombres, mujeres y niños. Todos prestaban su concurso y en algunos días pasaban de seiscientos el número de obreros.

El día 24 de julio del mismo año se transportó el último tren de tierra. Al día siguiente, festividad de Santiago, patrón de España y del barrio castigado terminaban las obras, las obras que extinguían para siempre el enemigo terrible e implacable de los sufridos vecinos del barrio.

Por tan fausto acontecimiento el Ayuntamiento acordó el Voto de la ciudad y costear anualmente la función religiosa. También entonces se celebraron grandes fiestas en señal de júbilo, a las que ni un solo vecino dejó asistir. Los viejos lloraban, los mozos reían y los niños saltaban y cantaban de contento. Todo el pueblo tomó parte en la alegría, como en los grandes acontecimientos populares. Una nueva era de tranquilidad y salud se abría en la vida de la Ciudad.

El día 25 por la tarde se celebró una novillada que presidieron cuatro bellas mozas. El ganado lo cedió de su peculio particular el mencionado gobernador señor Salido. Dirigió la cuadrilla, aquel buen manchego, que nosotros siendo niños le oíamos contar historias y aventuras taurinas y que gozó de los elogios y buena amistad de Lagartijo y Frascuelo. Nos referimos a Francisco Ciges, que realizó una gran faena de muleta valiéndole los aplausos y la ovación unánime del público.

Entonces era muy joven. Nosotros, le conocimos después ya viejo, pero guardando siempre los restos de sus buenos tiempos. ¡Pobre Ciges! ¿Quién diría que fuéramos nosotros, andando los días los que habláramos de él con respecto y veneración, en letras impresas, nosotros que como niños le escucháramos absortos en otras épocas?

Se recaudaron aquella tarde más de 6.000 reales, que fueron repartidos entre los pobres de la conferencia de San Vicente de Paul.

 


Aquella misma noche a las diez, se quemó una vistosa colección de fuegos artificiales, frente a las Casas Consistoriales. Numerosos niños entonaron un inspirado himno que compuso D. Juan Valcárcel, conmoviendo al público que se aglomeraba frente al Ayuntamiento. Eran momentos febriles y de júbilo.

Muchos vecinos continuaron la fiesta aquella noche de Julio, para asistir al amanecer al almuerzo con que en la Plaza de toros, el Gobernador, D. Agustín Salido, obsequiaba a los obreros que habían trabajado en las obras. Había varios centenares, que copiosamente comieron y bebieron en medio de la alegría de la mañana estival.

A las nueve se celebró en el templo de Santiago un solemnísimo Te Deum en acción de gracias por el feliz término de las obras. Predicó el párroco de Santiago D. José María Toledano, que en vibrantes párrafos entonó una elocuente oración sagrada.

Cuando salía la comitiva del templo, un niño de rubia cabellera ofrendó al gobernador una corona de flores con que las castigadas y olvidadas religiosas Franciscas, vulgarmente conocidas por las monjas terreras, premiaban la obra del gobernador libertándolas de la cruel opresión de la epidemia, que tantos estragos las ocasionaba. Se levantaron arcos por los sitios que había de recorrer la comitiva a la que seguían multitud de feligreses que no cesaban de gritar enardecidos por la palabra vigorosa del párroco.

Por la tarde a las siete tuvo lugar el acto de hacer entrega a la compañía de la maquina Cervantes, a cuyo objeto iba esta engalanada con flores y banderas, conduciendo a las personalidades desde el paso a nivel del camino de Miguelturra a la estación de la línea de Badajoz. Allí aguardaban altos empleados de la compañía, que habían engalanado la estación. Se pronunciaron discursos de gratitud, a los que contestó en tonos de mayor encomio, el inspector de la compañía D. Ernesto Walter.




Y al día siguiente, o sea el 27, por la mañana bien temprano, las campanas doblaban a muerto. Contrastaba la tristeza de este día, con el júbilo del anterior. No quisieron olvidar las víctimas de las epidemias, y a su recuerdo dedicaron un día entero. Todo él estuvieron las campanas tocando a tránsito. Aún se veían muy cercanas las huellas de la epidemia. Gentes enlutecidas vivían en el barrio. A las nueve se celebraron solemnes honras fúnebres por los fallecidos por las epidemias. Los antiguos decían, no haber conocido funerales más solemnes en los días de su vida. Seguramente desde aquellos funerales regios que se celebraron por el alma del infante D. Fernando de la Cerda, cuyo cadáver tres días estuvo bajo las naves de la Iglesia de Santiago, no se conocieron otros como los del 27 de julio de 1868.

Este fue el final de fiestas. Dejaron para el último la corona de siemprevivas el recuerdo a los difuntos, la oración para los antepasados que cayeron bajo el dogal de las mortíferas lagunas.

En aquella época se publicaban los periódicos El Eco de la Mancha que dirigía D. Matías Torres y el Iris Manchego dirigido por D. Bernardino Porte.

Coadyuvaron con sus esfuerzos a los trabajos de D. Agustín Salido, D. Luis Muñoz, que entonces era diputado provincial, D. Perfecto Acosta, D. Antonio Vázquez, D. Francisco Sauco, D. Dámaso Barrenengoa y D. Ernesto Nalter, todos ellos de feliz recordación.

Francisco Herencia. El pueblo Manchego, Jueves 26 de julio de 1917

 


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