A pesar de ser eufónica, la palabra cronista no suena bien dentro de las gentes, en cuyo espíritu levanta un polvillo de suspicacia, lo mismo si se trata de cronistas, digamos, por ejemplo, deportivos, que de los otros. Parece como se siempre se tuviera en cuenta que el vocablo procede de coronista, asalariado de la Corona y por ello mermada su objetividad. Es el hombre que en una obra de teatro del siglo pasado, después de una retirada poco honrosa en la guerra de su Señor, recibe la orden de este: “Coronista apuntad ese rango de valor” y el requerido consigna la frase que hizo suerte: “Y así se escribe la historia”. Por si acaso, uno de los cronistas de nuestra ciudad, apenas nombrado, en visita de cortesía y gratitud a la primera autoridad local, le manifestó: “Bueno, conste que yo no renuncio a “meterme” si es menester con el Alcalde y con el Ayuntamiento”.
Pero el cronista, incluso el parcial por el motivo que sea, siempre puede cumplir una misión, pues la verdad es difícil de ocultar y termina por traslucirse al ojo experto.
Nuestra Ciudad ha tenido excelentes cronistas, aunque sin el marchamo algunos del título oficial. Hombres que investigaron nuestra historia, buceando en sus fuentes, haciendo manar, el caudal soterrado en ellas; hombres que además trabajaron con amor a su solar natal o adventicio, merecedores de nuestra admiración y gratitud: hombres como don Joaquín Gómez, don Inocente Hervás, Delgado Merchán, Ramírez de Arellano, don José Balcázar, don Francisco Pérez Fernández…
Fue éste quien sugirió al Ayuntamiento se nombrará
cronista oficial de Ciudad Real a una, determinada persona. Hasta entonces este
título no lo había otorgado nuestra Corporación municipal. Esta acepto gustosa
la propuesta y designó a don Emilio Bernabéu Novalbos y a don Julián Alonso Rodríguez,
uno de ellos “candidato” del Sr. Pérez Fernández. Ambos fueron investidos en
acto celebrado en el salón de sesiones de nuestra Casa Consistorial el 4 de
septiembre de 1955, el año del Centenario. (Para quien esto escribe, es
especialmente emotivo que la medalla que se impuso a Don Emilio le haya sido transmitida
por el Cronista Oficial de la Provincia don Carlos Calatayud Gil, su maestro y
amigo).
Ambos, don Emilio y don Julián, coincidían en su amor por nuestro Pueblo; en haber profesado en la segunda enseñanza, el uno, en Geografía e Historia, el otro, en Ciencias Naturales, siendo para este, don Julián la historia su diversión y asueto. Los dos eran aficionados a pasear sosegadamente y atentamente: así, señalaron rincones y lugares, viejos recuerdos y restos del pasado. Hasta avanzada edad, era frecuente que don Emilio cogiera muy de mañana su merienda y sólo, fuera y viniera andando al viejo castillo de Calatrava por la ruta que utilizaron los ejércitos de Alfonso VIII en sus marchas hacia Alarcos y Las Navas: allí pasaba el día hablando con los campesinos y recorriendo las caducas piedras. Otras veces, paseando con sus alumnos, les hacía reparar en clavos y aldabas o en escudos y portadas.
Don Julián dejó un trabajo de su especialidad: un Estudio geológico de la parte Noroeste de la Provincia.
Pero mientras don Emilio era más dado a los hechos históricos y a las leyendas; don Julián era más apegado a lo concreto y castizo: al folk-lore, a los tipos pintorescos, a los nombres de las calles ... Todos recordamos su insistencia por la pandorga; su deleite el año que la reverdeció con singular esplendor (hasta con sus viejos aguaduchos) don Esteban Núñez de Arenas por la Comisión de Festejos del Ayuntamiento; su desconsuelo cuando no se celebraba o era pobre. Personalmente, evocó la ingenua alegría con que mostraba una curiosa verja en un patio de la calle del Caballo y la preciosa talla gótica de la Virgen, llamada "la Porterita" que guarda la clausura de un Convento de Monjas.
Ahora que las Ferias se aproximan con su significación de anual exaltación popular, es justo rememorar a quienes se dedicaron a exaltar a su Pueblo. Para mí además, es un modesto tributo que rindo a los que vengo a suceder no por méritos propios, si no por concesión, graciosa del Ayuntamiento.
Antonio Ballester Fernández. Diario “Lanza” 14
de agosto de 1963
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