Cambian las costumbres con los tiempos, y con las nuevas costumbres varia la psicología de los pueblos. Ciudad Real, el antiguo Pozo Seco de Don Gil, la noble Villarreal, ha cambiado también su ancestral misticismo, su sabor pueblerino, su monotonía manchega siguiendo la ruta trazada por el progreso. Pero no han desaparecido completamente estas características que daban a la capital una nota de poesía, de esa poesía española que es una aleación de hidalguía y trabajo; conserva aún en sus calles antiguas, las casonas antiestéticas, restos de una época feudal, romántica, que murió al empuje de la renovación
Estas calles viejas apartadas del centro de la
ciudad, donde unas ancianas bañadas por un sol invernizo mueven con sus rugosas
manos los bolillos de unos encajes, o enhebran temblorosamente la aguja para
dar comienzo a su labor, guardan entre la penumbra de sus barrocos caserones la
sombra de aquellos pretéritos tiempos en que pasaban los cortesanos con
peculiar orgullo, luciendo vistosos uniformes contemplados por la plebe con un
gesto simiesco, no se sabe si de veneración o de hambre de venganza.
Aun cruzan como antaño mismamente lo hicieran en un mes invernal, dos ringleras da viejas apergaminadas, archivos de oraciones y refranes, entonando con voz entrecortada y desagradable las preces del Santo Rosario de la Aurora, interrumpidas por el broncíneo esquilón de alguna ermita que despierta a la feligresía.
Aprisiona a estas callejas haciéndolas
permanecer al lado de las modernas, un anillo de murallas salpicado de
torreones, donde Selenio vierte sus rayos dándoles un tinte amarillento; anillo
medioeval, guerrero, que lleva cual cintillo real su escudo de armas: el escudo
pétreo de la desmoronada Puerta de Toledo.
En estas más tradicionales, evocadoras de la legendaria Candileja, es posible que no haya corrido la sangre brotada de un caballero fanfarrón que con otro de su alcurnia cruzó su toledano acero; no habrase ocultado de indiscretas miradas la celestina de alguna señora de ilustre prosapia; ni de manos de los cuadrilleros de la Hermandad de la Inquisición, habrase fugado un noctámbulo más ladrón que el Caco; pero se molieron a cintarazos dos mozos, disputándose el amor de una manchega de humilde ralea, y fue apiolado un lenguaraz por buscar quereres ilícitos.
Hoy al despuntar el alba, únicamente se oyen en estos barrios las coplas sentidas de un gañan rollizo que prepara los aperos de labranza; salen como vestiglos unas mujeres enlutadas que sisean una oración, abandonan su vivienda llevando al brazo enormes cestas de prebenda, unas jóvenes de carnes fofas, enmascarando su rostro de vicio con afeites baratos y disimulando su olor putrefacto con perfumes característicos.
Y, sin embargo, siendo estos lugares silentes albergues de discípulos de Baco y Monipodio, de maestros de vicios, todavía al contemplarlos aparecen en nuestras imaginaciones sus moradores de otros tiempos y se contrae nuestra diestra como si abrochase el tahalí de una espada ensangrentada.
¡Gran poder el de estas mansiones de la hidalguía que dejan ver a través de sus harapientos vecinos, de sus desenjalbegados paredones lo que fueron en otros tiempos.!
ROLANDO CIFER. Revista Vida Manchega 5 Diciembre 1919
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