El
quiosco de música de principios de siglo
Días pasados hablaba con un hombre de
cierta edad quien me contaba algunas anécdotas de su infancia. Y se me quedaron
grabadas estas palabras: “En aquella época –se refería naturalmente a sus años
escolares- leíamos un libro titulado “Lecturas”, y el maestro nos llevaba los
domingos a escuchar música a la plaza, que son maneras de formar el corazón”.
Luego prosiguió con su anécdota. Pero lo chocante yo lo veo en esta frase: “Que
son maneras de formar el corazón”. A su modo este buen hombre aseguraba el
valor formativo de la literatura y de la música, aunque fuera a su nivel un
tanto simplista.
En muchos lugares públicos de Alemania y
Austria, tales como bares y cafeterías, los parroquianos mientras toman café o
cerveza escuchan música de fondo obras sinfónicas de grandes maestros de todos
los tiempos. Siguiendo con la terminología de mi amigo, habría que decir que el
pueblo alemán y austríaco quiere “formar el corazón” de sus ciudadanos. Una
especie de continuada formación de adultos, tal vez para muchos escasamente
práctica, pero desde luego, con alto valor espiritual aunque inútil en el
sentido material. Sin embargo, tampoco vaya a pensarse que este modo de cultura
sea sólo un adorno. De ninguna manera. Es algo vital. Algo que el hombre
necesita como el aire o como el sol o el descanso, pero que pocos valoran en
todas sus consecuencias. Se trata de una necesidad ineludible, constitutiva de
la vida humana. Ortega dice que el concepto “vida” no es, meramente, biológico,
sino biográfico, que es el que posee siempre en el lenguaje vulgar. En esa
terrible faena de sostenerse en el universo. “Vivir es, de cierto, tratar con
el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él”.
No se crea que todo este rodeo es
inútil, tiene su sentido dentro de este tema que estoy tratando de desarrollar.
Una de las manifestaciones del espíritu humano es la música. Lenguaje el más
universal, que nos une y nos habla a los entresijos, a ese recóndito escondrijo
que, tantas veces, queremos ocultar, acallar, adormecer, pero del que
necesitamos para planificar nuestra vida más humana, en el sentido superior de
las palabras. De aquí que el papel que las bandas de música de pueblos y
ciudades tienen, sea tan importante en su labor cultural a nivel popular.
Proporcionan un acercamiento a la música sin adjetivos, a una de las bellas
artes más antiguas y completas.
Una
vista del quiosco de música antes de la última reforma del Prado
Cómo vamos a conseguir el gusto por la
obra de los grandes maestros sin pasar por ese peldaño de los conciertos
matutinos en los templetes de tantas plazas de nuestros pueblos, como ahora se
hará con el recién reinaugurado en Ciudad Real en el Paseo del Prado.
Hace muchos años existían dos en la
capital, uno en el Prado y otro en el parque, en donde muchos domingos por la
mañana se nos ofrecían conciertos que, entre bromas y veras, escuchábamos
mientras hacíamos guiños a las chicas. Es este, el de escuchar música no el de
seguir a las chicas, un medio formativo al tiempo que agradable y placentero
modo de ocupar las mañanas de descanso. Para disfrutar de la música sólo hay
que escuchar, y el espíritu como una esponja invisible se empapa de vivencias
sensoriales e imaginativas que nos transportan a otro mundo de ensueños y
fantasías.
Recuerdo al maestro Ruyra al frente de
la banda municipal de Ciudad Real, interpretando obras entonces desconocidas
para los chicos de mi edad, pero que fueron dejando su poso en nuestras almas,
sensibles de suyo a todo lo que es hermoso. Hoy con la inauguración del “quiosco
del Prado” han de volver aquellos días, que considero no un lujo, sino una necesidad vital de que habla el
filósofo. La estampa del “templete del Prado” resulta típica al tiempo que
nostálgica para tantas almas románticas, que van a tener la oportunidad del
retorno a tiempos pasados a través de la música. Tiempos y añeja perspectiva
que son capaces de retornar la vida a otra edad, de rescatar el tiempo fugitivo
y se solaz para los ciudarrealeños, cuya vida debe avanzar hacia la modernidad
sin olvidar lo que de bueno y bello va quedando o quedó como olvidado y a
trasmano, pero que hoy, con buen criterio, alguien, removiendo entre la ropa
vieja, encontró.
Francisco
Mena Cantero. Diario “Lanza”, 16 de agosto de 1987, página 14.
El
quiosco de música en la actualidad
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