El señor la tuvo consigo al principio de sus obras, antes que criase cosa alguna. Desde la eternidad tiene Ella el principado; desde antes de los siglos, primero que fuese hecha la tierra. No habían brotado las fuentes de las aguas, ni los montes, ni los collados, cuando Ella había ya nacido. Todavía no se había creado la tierra, ni los ríos, ni los ejes del mundo, ni los cielos, ni los mares, ni las estrellas, y ya estaba Ella “allí” presente: era la Virgen María.
Pues bien, antes que existiese Ciudad
Real, antes que se formasen sus casas, sus calles, sus fuentes y sus plazas;
antes que existiesen sus primeros pobladores, ya existía la advocación de la
Virgen del Prado. Antes de fundarse Ciudad Real, ya se veneraban los lugareños
del Pozuelo Seco de Don Gil, la imagen de la Virgen del Prado. Cuando Alfonso X
el Sabio -por otra parte, gran devoto mariano- trazaba los ejes de la ciudad, y
delimitaba sus contornos, ya estaba la Virgen “aquí” presente, siendo por tanto
cofundadora de nuestra capital.
La tradición dice que se apareció en forma de paloma, retornando en vuelo milagroso desde Caracuel. Es esa paloma que ahora figura en el cartel anunciador de las fiestas de la Coronación; y que es la verdadera Paloma de la Paz.
Nuestra ciudad, tiene forma de corazón; basta ver un plano dentro de rondas, que era por donde discurría el recinto amurallado. Forma significativa porque en el corazón es donde anida el amor, y para poder decir en pleno siglo XX y con lenguaje de hoy, Ciudad Real “mon amour”.
Es una ciudad abierta. Abierta de par en par; por eso sus principales puertas, son ocho, y no cinco o siete. Puerta de Granada o de la Vida, porque allí esta la Maternidad -camino natural de entrada a este valle de lágrimas- Puerta del Dolor o del Carmen, por el Hospital y Manicomio. Puerta de Calatrava o de la Vejez, por los Asilos de Ancianos. Puerta de Ciruela, la de los caminos de Hierro. Puerta de Alarcos, donde la ciudad se hace parque, por el milagro del agua. Puerta de la Mata, enigmática, porque no se sabe si es verbo -la cárcel está cerca- o sustantivo -el campo está al lado. Puerta de Toledo o de la Muerte, por donde se llevan a todos los que se van, y por fin, Puerta de Santa María, la más cercana al altar de la Virgen del Prado.
Es una ciudad abierta, porque recibe a todo el mundo con los brazos abiertos. Para ganar carta de ciudadanía basta poder decir alguna de estas tres cosas: Ciudad Real mi natura. Ciudad Real mi ventura. Ciudad Real mi sepultura. Como aquellos caballeros de nuestro Siglo de Oro, que nacían en España, vencían en Italia, y morían en Flandes.
Han transcurrido más de setecientos años desde la fundación. Han pasado las generaciones que han ido sedimentándose en su historia. Este tiempo para el hombre es mucho, para la ciudad es algo, y para la Virgen es nada. Desde entonces, se sigue apareciendo la Virgen y surgen nuevas advocaciones; ayer Fátima -tan de actualidad hoy- anteayer Lourdes. Desde entonces, hemos aceptado jubilosos los nuevos dogmas marianos: ayer el de la Asunción, anteayer de la Inmaculada Concepción.
Lo importante no es el tiempo que ha
tardado la ciudad en coronarla. Lo importante, es el tiempo que hemos tardado
cada uno de nosotros en entronizarla en nuestro corazón.
En este mes de mayo, cuando más huelen las
flores, la ciudad le ofrece las suyas a su excelsa patrona. Calles de la
Azucena, Rosa, Jacinto, Clavel; parece decirse a las otras calles y plazas:
venid y vamos todos con flores a María.
Que la historia de nuestra capital está presidida por su Patrona, es cosa notoria. Basta recordar la noche obscura de la persecución, en que la propia imagen sufrió el vendaval iconoclasta de ateísmo comunista, intrínsecamente perverso. En aquellos momentos, el Obispo de la ciudad -Narciso Estenaga y Echeverria- hizo realidad con su martirio, el lema que campea en el escudo de los Acedo-Rico, bordado en el manto de la Virgen, y que tantas veces leyera al presidir las procesiones patronales: “Por la fe moriré”.
Hoy, otro Obispo -Juan Hervás y Benet- que ha restaurado la Catedral para coronar con la mayor dignidad a nuestra Patrona, ha hecho que Ciudad Real sea el centro de los Cursillos de Cristiandad, que están dando la vuelta al mundo -en su doble sentido- y gracias a los cuales podríamos dar una nueva versión de aquella divisa diciendo: “Por la fe moriré”.
Fernando Barreda Treviño. Diario “Lanza”,
domingo 14 de mayo de 1967
No entiendo el ponerla sin palio, símbolo de realeza, importancia y preservación…
ResponderEliminarEstá rara…le queda como grande el paso
ResponderEliminar