Buscar este blog

sábado, 14 de enero de 2023

CIUDAD REAL, MI AMOR. BOCETO PARA UNA MEMORIA SOBRE EL ESTADO CULTURAL DE CIUDAD REAL NINO VELASCO, 1979 (II)

 



Han desaparecido todos los árboles, hasta tal punto que arterias del relieve de la calle Alarcos, Toledo o Calatrava, unen a su general condición espantosa, una desnudez vegetal tan apabullante que permite pensar con cierto asombro qué clase de cabezas pensantes tenían las personas rectoras que hicieron posible tal desastre. Se deduce enseguida que no eran cabezas pensantes, sino, como se ha dicho, tan sólo una banda de especuladores absolutamente ignorantes, con intereses tan egoístas como estúpidos.

En esos edificios y por esas calles vive y transita la gente; hay comercios abiertos, bares, bancos oficinas. La gente puede ser rica, de la clase media o pobre. Si la cultura válida es aquélla que de alguna manera refleja la vida contemporánea de un lugar determinado, ¿qué le pasa a la población de la ciudad, a la burguesía media y a la burguesía alta? (y no decimos qué le pasa a los pobres porque, como es habitual, no han tenido ni arte ni parte en ninguna cosa). Pues no les pasa absolutamente nada, ése es el problema. Aspiran a tener un piso en propiedad, y lo tienen; desean comprarse un coche, y se lo compran; se empeñan en pasear por las calles sin que nadie pueda decir que, en algún sentido, desentonan del resto de los tipos de su clase, y lo logran: si hay que llevar chaquetas a cuadros grises en invierno, las llevan; si es preciso usar vestidos amarillos en verano, se los ponen; se toman sus cañas a las horas prescritas en los bares reglamentarios, y los sábados y domingos, muchos van a misa.

En sus discretos hogares muestran un grandilocuente tresillo en el salón, paredes forradas de papel pintado incluso con ornamentación rococó en relieve, monumentales lámparas de pie con tulipas de falso pergamino; un mueble indescriptible donde guardan nutridas cuberterías, hasta de plata; vajillas provistas de innumerables piezas, juegos de copas y copitas de vidrio tallado. Y desde la vitrina de ese indescriptible mueble exhiben, para la poca gente que les visita, chucherías decorativas diversas cuya vulgaridad es directamente proporcional al cuadrado de la ignorancia de sus poseedores. En los atardeceres de buen tiempo, los matrimonios salen a dar un paseo: el tipo va callado y lleva la mirada perdida en un horizonte que es la nada; la mujer, a su lado, tal vez sueña con un compañero más divertido.




En los días laborales, los machos que trabajan en oficinas, bancos o ministerios, salen hacia las diez a tomarse un café, y entonces aprovechan la ocasión para echar una partida de dados o de chinos; a veces se ponen a hablar y su música suena a disco rayado y aprendido: tienen ahorros en los bancos, envejecen con la misma canción, se mueren. A la inmensa mayoría de los adultos no se les conoce ningún acto airoso, rompedor, crítico; algún leve gesto o actitud distinta y positiva, alguna acción valerosa, arriesgada, decidida.

Los hijos de estas gentes son, desde luego, más interesantes y más guapos que sus padres, pero eso dura poco: o se largan a otros lugares más atractivos cuando llega el momento de vivir por sí mismos, o se quedan. Si se quedan, en poco tiempo se transforman en el tipo patrón de la ciudad.

Los intercambios orales entre la gente adulta giran en torno al coche propio, al piso adquirido, a la cuenta en el banco, a lo sinvergüenzas que son los políticos, a la conveniencia de mantenerse alejados de cualquier acción solidaria. En estas conversaciones no existe jamás alguna gracia que proceda de un pensamiento noble, de una trayectoria distinta, de una perspectiva original, de un amor loco por algo o por alguien.

Y ninguna otra cosa pasa, salvo que la gente se va muriendo en el marco de una ciudad agobiante, tras pasarle la pelota a descendientes dispuestos a iniciar el mismo ciclo.

3. ALGO PARECIDO A UNA MOMIA. 

Si la cultura es el reflejo de la vida contemporánea de un determinado grupo social, la cultura que se produce en Ciudad Real es algo que, como se verá más adelante, nace ya sin apenas sentido.




En cuanto a la cultura que se usa por una minoría más o menos inquieta, se trata, salvo excepciones, de productos que perdieron vigencia hace algunos lustros. La gente que habitualmente lee, asiste a exposiciones y conciertos, está presente en conferencias, etc., muestra predilección por un bloque de manifestaciones culturales que podríamos situar (hablando sólo de España) entre el Siglo de Oro y la cultura de preguerra: o sea, entre La Celestina y Miguel Hernández. Se trata, pues, de intereses culturales que, si bien son lícitos, también resultan anacrónicos, no ya por la distancia que nos separa en el tiempo de esas producciones, sino porque todo lo que representan esos fenómenos culturales corresponde a situaciones sociales muy alejadas de las nuestras.

La cultura de preguerra fue una cultura de ideas o ideales y hoy se practica en el mundo algo que podríamos denominar cultura urbana de las cosas, correspondiente a una civilización cuyo fenómeno determinante es el binomio producción-consumo programado.

Antes, por ejemplo, se pintaban paisajes o maternidades; ahora se pintan efigies repetidas de Marylin Monroe, botellas de refrescos o automóviles.

Que te endilguen hoy una conferencia sobre la obra poética de Alberti, pongamos por caso, es admisible (e incluso necesario) a modo de información sobre una manifestación cultural de hace medio siglo; pero si sólo se producen sucesos culturales de ese tono, o una mayoría de ellos va por ese camino, tal situación indica que hay un desfase entre el grupo social vivo donde tienen lugar esas manifestaciones y la cultura que produce o usa.




Desde que Alberti resultaba fructífero hasta nuestros días, han pasado muchas cosas, y esas cosas no parecen interesarle a nadie en nuestra ciudad como suceso cultural. Se sabe que existen chupachups, por ejemplo, o bólidos de Fórmula 1, pero a poquísimos de nuestros conciudadanos se les ocurre pensar que eso es un fenómeno cultural, ni mucho menos utilizarlo como material de creación plástica, literaria, etc. En otros lugares se ha hecho y se está haciendo, ¿por qué aquí no? ¿Por qué las manifestaciones culturales más vigentes no son aceptadas? Estimo que concurren tres circunstancias para ello:

1— La Ciudad no ha alcanzado todavía un grado de desarrollo socioeconómico equivalente al de las sociedades urbanas más relevantes y, por lo tanto, no se dan las mismas circunstancias que en ellas, de tal modo que los intereses culturales se han quedado detenidos en manifestaciones de otra hora al no producirse incentivos vitales distintos.

2— Como consecuencia de esto, se valoran las preceptivas culturales de hace cincuenta o cien años, de forma que las nuevas aportaciones no son comprendidas, ya que se basan en esquemas teóricos y formales sobre los que se tiene poca información. El caso más flagrante lo constituyen, tal vez, las artes plásticas. La gente, educada en una estética de hace un siglo, no puede asimilar corrientes que están fuera de esos presupuestos. Lo mismo ocurre con relación a la literatura: el ritmo medido de la poesía del pasado, al que se está habituado, impide la comprensión correcta de la obra de ciertos poetas actuales, cuyo trabajo es, sobre todo, una reflexión libre o un grito.

3— Por último, se mitifica la cultura, fenómeno que se entiende aún desde perspectivas románticas. Toda manifestación cultural que no tenga una apariencia trascendente clara, se desestima como producto digno de atención, o al menos se le sitúa en una categoría poco airosa. Puede admitirse así, como mercancía cultural, la pintura de un crepúsculo en la llanura manchega, pero no un cuadro donde se ha representado un bote de sopa preparada, sin que nadie pueda explicar por qué un bote de sopa es algo menos trascendente que un crepúsculo. Dado que las manifestaciones culturales más recientes tienden a valorar lo común, las cosas consideradas hasta ahora como más triviales, el desprevenido usuario de este tipo de cultura reacciona negativamente. Del mismo modo, resulta difícil que alguien pueda situar a un mismo nivel de calidad o "profundidad" una película de Woody Allen, por ejemplo, que otra de Luchino Visconti, ya que Woody Allen trabaja con materiales comunes que no parecen elevados. Sin embargo, no es más o menos superficial o profundo que el realizador italiano.

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario