A punto
de cumplir un siglo, el inmueble conocido como el Palacete de Cruz Roja es uno
de los últimos exponentes de la arquitectura modernista del Ciudad Real de los
años 20 y 30. Construido por el farmacéutico Conrado López, su nieto, el
escultor Fernando López Gómez ‘Kirico’ relata la historia del ‘chalet’ de su
familia, que sirve de guía para vislumbrar la evolución social y urbanística de
la capital de la provincia. El inmueble pertenece en la actualidad a la Junta
de Comunidades que está en conversaciones para su cesión o venta al Colegio de
Farmacéuticos
Encajonado entre dos bloques de seis plantas, en la Ronda de Ciruela, 24, cerca de alcanzar un siglo de antigüedad, sobrevive un inmueble peculiar y único conocido en Ciudad Real como el Palacete de Cruz Roja.
Retiradas hace
unos años por los avatares que en las últimas décadas ha atravesado, el
edificio se resguardaba con unas verjas con las letras ‘CR’ como eje del
forjado que guiaban hacia su origen invitando a la confusión. El tiempo y la
pintura de la fachada deslizaban a creer que esas iniciales correspondían a
‘Cruz Roja’, pero en realidad señalaban a sus promotores y primeros
propietarios: Conrado y Rosalía.
Conrado y Rosalía
La génesis del Palacio de la Cruz Roja se remonta a 1908 cuando un joven farmacéutico de la localidad almeriense de Berja se instala en Ciudad Real, donde llega animado por un médico de Renfe. Conrado López Pérez se trae de Berja parte de la farmacia familiar que quedó en manos de un hermano y abre en Ciudad Real una farmacia en la calle María Cristina, para años después inaugurar ‘La Gran Farmacia Moderna’, en la calle Mercado Nuevo, 3.
Acompañaba a Conrado su mujer, Rosalía Pérez Manrubia, la cuarta de diez hermanos de un industrial que impulsó un salto de agua en la zona almeriense de las Alpujarras para llevar la luz a Berja.
Un nieto de Conrado y Rosalía, el reconocido artista ciudadrealeño Fernando López Gómez ‘Kirico’ ha recolectado durante años fragmentos de la vida de sus abuelos para recomponer una historia familiar que desprende destellos que permiten vislumbrar cómo era la Ciudad Real de la primera mitad del siglo XX.
Kirico descubrió en Berja que su abuela procedía de una familia acomodada con un rico patrimonio en una ciudad, Berja, que en esa época contaba con gran renombre y que unas décadas antes había disputado la capitalidad de la provincia a Almería. Para el escultor esa posición social de la familia de su abuela fue la semilla del que sería el ‘chalet’ de Conrado y Rosalía. “Acostumbrada a Berja, creo que mi abuela no estaba muy contenta en Ciudad Real y para contentarla mi abuelo impulsó el ‘chalet”, explica Kirico, que detalla que su familia siempre denominó este inmueble como el ‘chalet’.
Conrado compró
un terreno en el entonces Paseo de Cisneros, a las afueras de una ciudad en la
que ya se había tirado la muralla y en 1925 el arquitecto provincial Telmo
Sánchez y Octavio de Toledo diseñó esta casa a la que la familia López Pérez se
trasladó sobre 1928. Apenas eran unos trescientos metros lineales desde la casa
de la farmacia, en el centro de la ciudad, hasta el chalet, pero en la época se
consideraba que era irse a vivir al campo.
Kirico explica
que el chalet se ideó al estilo cordobés, similar a una serie de viviendas de
Andalucía, en general, y de Córdoba, particular. Un “pseudopalecete” en el
campo que se estaba comenzando a generalizar en las grandes ciudades de todo el
país y que con el paso de los años se han ido incrustando en los núcleos
urbanos atrapada por el crecimiento de las ciudades.
Características
En un informe sobre el palacete elaborado por los arquitectos Diego Peris y José Rivero se explica que la actuación perseguida por Conrado López sigue un programa claramente residencial que lo asemeja a las torres catalanas o a los palacetes periféricos de otras ciudades, donde cierta burguesía incipiente y deseosa de manifestar su presencia urbana otorga a la arquitectura la responsabilidad de expresar esas mutaciones del orden social y político que se han producido desde el final de la Gran Guerra.
Los arquitectos indican que la definición tipológica del inmueble está realizada por tres crujías perpendiculares a la fachada que definen el sistema estructural de muros de ladrillo macizo, sobre los que se disponen forjados resistentes realizados con viguetas de hierro y entrevigado cerámico. Un dispositivo sistematizado en dos plantas y una planta de áticos resuelven la cubrición y el torreón en el lado oeste. El acceso a la planta principal se resuelve mediante una escalera elíptica de tres tramos, dejando bajo la cota de acceso dependencias de servicio y espacios auxiliares. Los recursos visuales puestos en juego en la definición de los alzados son escuetos y severos: recercados de hueco y dinteles, abultamiento de esquinas con falsas pilastras y definición de la cerrajería con un modelo de corte floral que se repite en cancelas, celosías y barandillas.
Además Kirico
subraya el carácter pionero de este inmueble que, en una época de carros y
carretas, contaba no con una, sino con dos cocheras para un Conrado que siempre
tuvo automóvil. Un amplio elevaplatos que conectaba el comedor con la cocina
del semisótano redondeaba el deseo y el confort buscados por el farmacéutico.
El escultor ciudadrealeño destaca que el ‘chalet’ es de las pocas casas modernistas de los años 20 y 30 que aún permanece en pie en Ciudad Real. A punto de cumplir un siglo, la gran mayoría de inmuebles con alguna similitud de esa época apenas aguantaron cincuenta años a la piqueta. “Durante mi vida he visto como la ciudad se ha tirado entera para volver a construirla”, lamenta Kirico.
Hasta los años
20 la vivienda típica de Ciudad Real eran casas humildes y modestas de planta
baja, a excepción de las cuatro-cinco casas buenas de los grandes potentados de
Ciudad Real, terratenientes en su mayoría. Ya avanzada esa época, y en especial
en los años 30, arranca una pequeña revolución urbanística en Ciudad Real,
impulsada por el alcalde José Maestro, al que Kirico inmortalizó en una
escultura que descansa frente a la antigua Delegación de Sanidad, y por el
arquitecto José Arias, diseñador de la Casa de la Radio. “En pocos años
modernizaron Ciudad Real, con calles más amplias y trayendo el agua, y es una
pena que gran parte de lo que realizaron no se conserve en la actualidad”.
Fin de
la residencia familiar
Los López Pérez vivieron felices en el chalet durante los años 30, hasta que la Guerra Civil segó la paz en el país y separó a la familia, reflejando a la perfección la dureza y crueldad de esta contienda entre hermanos. Durante la guerra murieron dos de los ocho hijos de la familia, el padre de Kirico estuvo preso en Alicante y Barcelona, otro hermano se exilió a Francia y otro huyó de Ciudad Real por los Montes de Toledo para sumarse al Ejército Nacional y acabar años después en la División Azul.
La Guerra Civil marcó el fin del ‘chalet’ como residencia familiar. El miedo a los bombardeos a la cercana estación de ferrocarril llevó a Conrado, Rosario y los hijos que aún permanecían con ellos a regresar a la casa de la farmacia en el centro de Ciudad Real. Desde entonces y hasta mediados de los años 50 el chalet fue poco utilizado y casi sólo para ocasiones y celebraciones puntuales.
Kirico explica que entonces el palacete quedó “como lugar de representación al que volvían de vez en cuando, pero sin muchas ganas; creo que volvían más mis tías para algunas fiestas de las que hay fotografías”.
En estos años,
como curiosidad sobresale que la hermana de José Antonio Primo de Rivera,
Pilar, se alojó en el chalet y desde las escalinatas ofreció un mitin a las
mujeres de Ciudad Real.
Academia General de Enseñanza y Cruz Roja
Conrado López falleció en 1950, pocos meses antes de que naciera Kirico, y su muerte aceleró la decisión de los hermanos de dar algún uso al inmueble. A mediados de esta década fue alquilado a la Academia General de Enseñanza, que en Ciudad Real era conocida como la Academia de Piqueras. Hasta entonces la academia se encontraba, junto con el Gobierno civil, en un inmueble en peligro de derrumbe. El Gobierno civil se trasladó a su actual ubicación y esta institución educativa se adaptó al ‘chalet’, donde incluso llegó a tener servicio de internado.
Más de una década se mantuvo la Academia activa hasta que, a principios de los 70, los hermanos López Pérez decidieron vender el chalet de sus padres a Cruz Roja, que lo convertiría en su sede durante tres décadas. Durante estos años, según informan los arquitectos Diego Peris y José Rivero, la revisión del Plan General de Ordenación Urbana de Ciudad Real de 1978, aprobado en 1988, introduce el edificio en el Catálogo de Edificios, con el nivel de protección B) Protección estructural, con el epígrafe número 2 (Centro de la Cruz Roja, Ronda de Ciruela, 24). Catalogación que desaparece en el documento del Plan General de 1997.
La singularidad
y la mística que envolvían ese palacete que décadas antes era una isla en el
campo y ya estaba encastrado entre bloques de varias plantas, lo convertían en
un escenario perfecto para leyendas y misterios. Kirico recuerda cómo jóvenes
que realizaban la prestación social sustitutoria en Cruz Roja le relataban que
había puertas que se cerraban de golpe, luces que se encendían y apagaban de
pronto. “Allí hubo un crimen y es el espíritu de don Conrado, me decían”, relata
Kirico. “Se lo conté a mi padre y no paraba reírse. Entonces me contó que mi
abuelo murió en su cama en la casa de la farmacia, pero también salió a la luz
otra historia”.
La parte
exterior del terreno donde se construyó el palacete correspondía a la antigua
muralla y la interna a una fragua. Al parecer, recuerda Kirico que le relató su
padre, cuando se empezó a remover la tierra para edificar el chalet,
aparecieron los restos de un cadáver y se decía que allí se había cometido un
asesinato. Con los años la historia ha evolucionado y los protagonistas
cambiando a merced de la transcripción popular, moldeando una voluble memoria
colectiva.
Intento
de demolición
Con la venta a un promotor privado, el palacete inicia una travesía por el desierto que ya vaticinaba el último año de Cruz Roja en el inmueble, en un 2005 en el que fue víctima de un robo y un incendio. Una mañana de octubre de 2006 comenzó la demolición del inmueble, consiguiendo la movilización popular impulsada por el Círculo de Bellas Artes paralizarla cuando ya se había desmontado la cubierta del torreón y el casetón que da acceso a las escaleras cubiertas.
“Nunca creí que
pudieran, ni que nadie quisiera demolerlo, pensaba que tendría algún tipo de
protección; por fortuna se pudo parar”, recuerda Kirico. Meses de polémica
sobre el futuro y la necesidad de otorgarle alguna protección patrimonial
acabaron con la Junta de Comunidades comprando el inmueble a la empresa
constructora.
Presente
y futuro
Tras un breve tiempo en la actualidad mediática, el palacete quedó de nuevo relegado al olvido, sufriendo años y sin noticias del mismo hasta que en noviembre del año pasado el vicepresidente del Gobierno regional, José Luis Martínez Guijarro, informó de que se estaban manteniendo conversaciones con el Colegio de Farmacéuticos para la venta o cesión del inmueble.
El palacete fue construido por un farmacéutico que impulsó la Cooperativa Farmacéutica y el Colegio de Farmacéuticos y que el inmueble quedara en manos de la institución colegial parece una forma de rendir homenaje a la propia historia de la ciudad.
Para Kirico lo
fundamental es que el palacete no caiga de nuevo en el olvido y evitar que el
abandono lo destruya. Desde joven el sueño del escultor ciudadrealeño había
sido poder convertir el chalet de su abuelo en una fundación con su obra.
“Siempre he aspirado a ser un gran artista y tener una casa museo. Pensaba que
algún día podría recomprarlo, pero no ha podido ser”, lamenta Kirico, que con la
vista clavada en el Palacio de la Cruz Roja desea que vuelva a tener vida, si
es cultural mejor, y que no sea un ejemplo más del patrimonio de Ciudad Real
que desaparece bajo la la piqueta.
Fuente: https://www.lanzadigital.com/provincia/ciudad-real/el-palacete-de-cruz-roja-el-chalet-de-conrado-y-rosalia/
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