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viernes, 20 de enero de 2023

RECUERDO Y DESPEDIDA DE NINO VELASCO

 



Había quedado con Nino en el bar Ideal, como tantas otras veces. El hombre grande que bajaba de su casa, enfrente, en el piso trece de la torre del Pilar, a desayunar allí. Era como su segunda oficina. Con un café y con el periódico y con algún libro. La estampa era como la de un personaje de los libros de Georges Simenon que me gustaban tanto. En diciembre de 1979 hacía un frío de narices. Bueno, entonces el frío y todo lo demás, era, ya se sabe, mucho más intenso que ahora. Habíamos escrito juntos el Manifiesto del TEAV y lo habíamos sostenido contra el “status quo” de la ciudad de entonces; y nos habían “zurrado la badana” a modo. Todavía hay quien no nos perdona el haber metido el dedo en el ojo, groseramente, en la placidez de una ciudad catatónica. Después de dos años nos habíamos cansado mucho y nos replegábamos, cada uno, a nuestras cosas particulares. El TEAV quedaba prácticamente en cuadro, con Santi Vera, Carlos Muñoz y yo. Él nos había mandado una carta diciendo que se iba. Que habíamos degenerado en unos burgueses. Que nos habíamos pasado, con armas y bagajes, al enemigo. Que éramos, definitivamente, “morigerados”. Yo no había oído nunca esa palabra. La verdad es que muchas de las palabras que me dijo Nino, en aquella época, las oía por primera vez. Como casi siempre, Nino acertaba de lleno… pero era la admonición de quien tiene la mano de hierro en guante de terciopelo. De todos modos, seguía ejerciendo su particular pedagogía libertaria.

Creo que Nino era la única persona en Ciudad Real que sabía, por ejemplo, qué era un traje de Savile Row. Y lo vestía, o al menos lo parecía. Y era, además, cuando alrededor, la caspa caciquil de la sociedad bien del pueblo, iba siendo sustituida por la estética progre del nuevo “establishment” democrático. La verdad es que estábamos rodeados de barbas, greñas y trenkas con coderas. Y yo no sé cuantos más horrores de la modernidad que venía con gran desconcierto. También todavía había señoras de collares, funcionarios atildados, curas de sotana y militares sin graduación. Así que, una especie de anarquista, filósofo, escritor y artista, vestido impecablemente, no era tanto una paradoja, como una provocación, a todos. Pero era también un manifiesto y una señal (de tráfico). Digamos que a algunos de nosotros nos servía de referencia. Valía de indicador para sortear algunas cuestiones que nos preocupaban. Política, arte, filosofía, ética y, sobre todo, la cuestión crucial, que debatíamos intensamente, sobre las virtudes de escribir con una pluma Montblanc, por supuesto, con tinta morada. Esto sucedía, y lo puedo contar, en el bar Ideal, en la churrería La Gran Vía, en un banco del parque de Gasset, en la tienda de Carmen, “La Ratita Presumida”, o en las reuniones del TEAV.




A mí me servía mucho y, la verdad sea dicha, no sólo las palabras o los conceptos o las teorías estéticas; sobre todo, la curiosidad por todas las cosas que sabía que existían más allá de nuestra ciudad. Estas cosas definitivamente nos iluminaban sobre estas otras cercanas con las que peleábamos dentro. Nino fue el primero que me habló en serio de Descartes; no mis profesores. También de la tendencia de “línea clara” del cómic francés o belga y, que en España, practicaban pocos: Nino y sus amigos José Ramón Sánchez o Miguel Calatayud. Me contaba de su experiencia en el taller Esdrújulus de Madrid. Yo nunca había visto nada de diseño gráfico contemporáneo, hasta que me dejó un ejemplar del “Graphis” que le mandaban de Nueva York y me habló de un tal Milton Glaser o de un tal Cruz Novillo. Me animaba a dejar la obra única y dedicarme al diseño. Me contó que eso podía ser una profesión más allá y con mayor proyección social que la entelequia del mundo de los artistas de caballete. Luchamos por eso y por otras cosas: por el Museo Provincial, por el Colegio Universitario, por una ciudad digna… ¡Y este era del que se decía que era ácrata, misántropo y antisocial! Dibujaba, siempre, y enseñaba a dibujar. Hacía ilustraciones para libros infantiles. Escribía libros, muchos, y hablaba. También quería mucho a Ciudad Real y conocía muy profundamente su historia y sus tradiciones; no el espantajo en que la habían convertido los prebostes del tardo-franquismo local. Me hizo un pequeño dibujo, para mi libro de poemas “Pequeña senda de poniente”, de una misteriosa casa que había en La Poblachuela y sobre la cual, los días de tormenta, se cernían en lo alto las bandadas de vencejos. Yo no sabía entonces que alguien así pudiera morirse…

(Publicado originalmente en: “Autopsia”, Nº 6, Círculo de Bellas Artes, Ciudad Real, Noviembre de 2010).

 



Perfil fugado

 

José Luis Velasco Antonino, “Nino Velasco” (Valencia, 1937-Madrid, 1999), fue un polifacético filósofo, escritor, artista, ilustrador y dibujante que, aunque valenciano de nacimiento, vivió y se sintió manchego desde que, con un año de edad, le trajeron sus padres de vuelta a Ciudad Real, según me cuenta Carmen Morales Baeza, su mujer.

Empujado por la presión materna hizo la carrera de Magisterio, que acabó a los 17 años. Tras una etapa de juventud en Barcelona se trasladó a Madrid, donde sobrevivió ocupándose en los más dispares oficios, desde vendedor de aspiradoras a domicilio hasta encargado de una agencia de detectives. Mientras, “de forma accidentada”, estudió Filosofía y Periodismo.

Tenía dos vocaciones irrenunciables: escritor y dibujante. Fundador en 1971, junto a Dominique Forest, del “Taller Esdrújulus”, publica en 1972 el cuaderno “Seis escenas de interés en la vida de un burgués”, un año antes del “Rrollo enmascarado”, de Mariscal y Nazario, que pasa por ser el primer cómic “underground” español, mérito que debe ser atribuido definitivamente a Nino. De él escribieron en la revista “Madriz”: “Nino ya era un dibujante de vanguardia cuando por estos lares no se sabía ni lo que era eso”.

Ya en Ciudad Real, fue uno de los fundadores del “TEAV-Taller Experimental de Artes Visuales”, junto a Miguel Ángel Mila, Santiago Vera, Carlos Muñoz y Antonio del Valle. En 1979 escribió un opúsculo titulado “Ciudad Real, mi amor”, porque le dolía la penuria intelectual y la fealdad de una ciudad que amaba tanto. En las décadas de los ’80 y ’90, fue ilustrador y dibujante para las principales editoriales españolas, escribió más de cuarenta libros y fue colaborador asiduo en revistas y periódicos como “El País” o “El Mundo”.

En 1994 gana el “Premio Gran Angular de Literatura Juvenil” con la novela “El misterio del eunuco”, que está traducida al francés, al alemán, al turco y al flamenco. En alguna reseña de sus libros declaraba: “Lo que más me gusta en el mundo es escribir y leer. Tengo siete aficiones más: caminar por la mañana, la lluvia, desayunar en un bar junto a Carmen, el futbol, el ciclismo, la Filosofía y la Historia”.

 

Fuente: https://www.lanzadigital.com/provincia/ciudad-real/recuerdo-y-despedida-de-nino-velasco/



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