El
Niño Jesús de Santiago, llevado en hombros de pequeños cofrades, gracias al
entusiasmo de la familia Messía
La desaparecida “Hoja del Lunes”,
publicó en el año 1971 durante varios lunes, unos artículos escritos por D.
Cecilio López Pastor, que comenzaron a publicarse el lunes 8 de marzo y
terminaron el lunes 5 de abril, sobre la Semana Santa ciudadrealeña en la década
de los años 10 del pasado siglo XX. Por el interés histórico de estos
artículos, que nos relata cómo se vivía en aquellos años nuestra celebración
pasional, voy a reproducirlos en varios días.
TRES
“PASOS” FIGURABAN EN LA PROCESIÓN PERCHELERA DEL BARRIO DE SANTIAGO, EL JUEVES
SANTO
El Niño Jesús de la familia de Messía de
la Cerda.- Un recuerdo al párroco Espadas.- El médico don José Martín y el
“Ecce Homo”.- Salazar, los hermanos Sobrino y Villaseñor, Sánchez y otros
labradores, orgullosos de su “Longinos”.- El panadero Silvino Campos y la
“Santa Espina”
Semana Santa de principios de siglo en
Ciudad Real. Nuestra capital no ha salido aún de su ambiente pueblerino, de su
escasa urbanización- en la sección de calles comerciales que hemos venido
publicando hasta la pasada semana nos hemos referido, en varias ocasiones, a
los tablones que unían una acera con otra para que los peatones pudieran pasar
los días de lluvia- de ese atraso que pesaba sobre todos, achacable a
anteriores generaciones. Y la Semana Santa no podía ser una excepción. En más
de una ocasión lo hemos oído referir a nuestros abuelos admirados del auge que
las procesiones de Ciudad Real habían cobrado por los años veinte. Aquellos
penitentes que aún portaban enormes capuchones valiéndose de varillas
martirizantes, que es de suponer pesarían no poco. Nazarenos sin uniformidad en
calidad y colorido de las túnicas, terminadas en largas colas, que habían de
llevar recogidas para evitar mayores males. Imágenes pequeñas y modestísimas en
su gran mayoría, de autores noveles o ignorados casi todas.
EL
PARROCO ESPADAS
Pero en Ciudad Real había personas que
no estaban conformes con estas procesiones de escasa importancia, que es de
suponer no movieran demasiado a devoción, pues los desfiles de penitentes
causaban risa en muchos momentos –así lo hemos oído referir- cuando se daban
golpes con las varillas en los balcones o la gente menuda se dedicaba a
tirarles de las túnicas, prolongadas, como hemos dicho, en larguísimas colas. Y
no faltó el hombre modesto, pero entusiasta capaz de realizar el milagro. Eran
los años primeros del siglo recién estrenado. Don José Antonio Espadas -¿de
origen daimieleño tal vez?- ecónomo de la parroquia de la Merced primero y
párroco de Santiago Apóstol años después, tomó la feliz iniciativa de organizar
una Semana Santa que pudiera compararse con las de otras capitales y pueblos
que iban gozando de justa fama. Su celo y entusiasmo fue contagioso y según
leemos “con tesón a prueba de obstáculos e inconvenientes, pronto encontró
hombres de prestigio social y amantes de su terruño hasta el sacrificio”. Lo
cierto es que en noble emulación, las distintas Hermandades y Cofradías, que
arrastraban una vida espiritual lánguida y una manifestación externa sin
categoría, se remozaron, constituyéndose otras nuevas hasta lograr que el
Jueves y el Viernes Santo salieran procesiones de las tres parroquias que
entonces existían.
LA
TARDE DEL JUEVES PARA EL PERCHEL
De siempre el barrio más popular de
Ciudad real, como tal, fue por el Perchel, realmente no sabemos por qué, y bien
que nos agradaría que algún viejo ciudarrealeño nos lo dijera. Y como estos
hombres eran muy amantes de las cosas de su ciudad y de su barrio, con
estimables colaboraciones, lograron que su procesión, la del Jueves Santo por
la tarde, no quedara rezagada en categoría en relación con las demás.
Pronto quedaron establecidas las tres
Hermandades del Perchel: la del “Ecce-Homo” o “Pilatos”, como era más conocida;
la del Santísimo Cristo de la Caridad o “Longinos”, que así sigue llamándose
popularmente; y la de la Santa Espina.
Pero debió establecerse por entonces la
costumbre de que las tres procesiones de las respectivas parroquias fueran
encabezadas por una imagen del Niño Jesús, cuya túnica fuera del color
predominante en cada desfile. Así, al de Santiago correspondía el rojo; y roja,
bordada en oro, es la túnica que desde aquel entonces viene vistiendo la bella
imagen del Niño Jesús el Jueves Santo por la tarde. Dicha imagen, salvada de
los avatares del 36 y su persecución iconoclasta, ha sido patrimonio de la
familia de don Eduardo Messía de la Cerda, cuyo abuelo, del mismo nombre, fue
alcalde de Ciudad Real, corriendo a su cargo la conservación y costeando las
túnicas de los pequeños penitentes.
EL
“ECCE HOMO”
Según las noticias que hemos podido
recoger, era esta Cofradía de reducida actividad, hasta que a principios de
siglo se hiciera cargo de ella el médico don José Martín Serrano, que logró
darle un impulso extraordinario ayudado por vecinos del barrio, entre los que
se debe recordar a los Balcázar, Hidalgo, Turrillo, etc. El propio hermano
mayor señor Martín Serrano, regaló la rica capa de terciopelo bordada en oro
que aún lleva la imagen de Jesús.
El “paso”, obra del escultor Zapater, si
no nos falla la información, representaba el momento de la presentación de
Jesús al pueblo, por Poncio Pilato, recién coronado de espinas. Ambas figuras
se hallaban colocadas ante un balconcillo y completaban el grupo escultórico un
soldado romano y el niño de la palangana o jofaina, más un sillón romano y un
vistoso dosel.
Los hermanos vestían y visten aún, una
de las túnicas más bonitas de la Semana Santa ciudarrealeña: de blanco-hueso la
lana de ella, adornada con una greca romana en color eminencia, y de este mismo
color es el capillo y escapulario, llevando bordada aquel la flor pasionaria
distintivo de la Cofradía.
Justo es que se consignen los nombres de
otros entusiastas cofrades, ya en años posteriores hasta el 36, que
engrandecieron esta Hermandad: Sánchez de León, Abenza, Crespo, Arteche, Ruiz y
quien escribe estos recuerdos de nuestra Semana Santa.
Destruido el “paso” en la fecha citada,
el nuevo es obra de los escultores Illanes y Castillo Lastrucci, así como el
rico trono tallado en madera.
“LONGINOS”,
LA HERMANDAD MAS POPULAR
De esta procesión de Santiago era la Hermandad
más popular, la del Cristo de la Caridad. Los de “Longinos” tenían a gala ser
los mejores, en noble emulación con las otras dos Cofradías de la tarde del
Jueves Santo. Fue fundada el 1908, siendo ya párroco don José Antonio Espadas y
desde entonces tuvo dedicada una de las capillas, la de la izquierda del
prebisterio, del templo parroquial. El “paso” primitivo constaba sólo de la
imagen del Cristo y el culto y conservación, en el siglo pasado, estaba a cargo
de don Fernando Palacios, conde de Montesclaros. Posteriormente se completó
como en la actualidad.
Los nombres de Luis Salazar, Juan Manuel
Sánchez, Manuel y Félix Sobrino, Pablo y Manuel Villaseñor, junto a otros
animosos agricultores y hortelanos, y más recientemente los de Luis Moncada,
Mariano Alcázar, Antonio Blanco, Luis Jiménez, Francisco Granados, y,
especialmente José Cabañas son acreedores al reconocimiento de los buenos
ciudadrrealeños, por el esfuerzo realizado para el engrandecimiento de cofradía
tan popular cuyo “paso”, que representa el momento de la lanzada, igualmente
fue destruido, siendo el actual del escultor Rius.
La
Santa Espina, único “paso” que no era posible reconstruir después del 36,
aunque también falte “La Enclavación”
LA
SANTA ESPINA
Un modesto panadero, Silvino Campos, fue
quien hizo resurgir la Hermandad de la Santa Espina, que representaba en su
“paso” una artística custodia flanqueada por dos ángeles, en cuyo relicario se
guardaba según tradición, una de las espinas de la corona de Cristo. En los
tiempos que nosotros recordamos ya, incluso nos vestimos algún año en esta
Cofradía, el peso principal de la misma lo llevaban don Juan González Dichoso,
alto empleado de la Casa Sánchez Izquierdo, que vivía en la calle del Corazón
de María, y el impresor Maximino Díaz.
No se logró reconstruir el “paso” ni la
Hermandad y queda sólo el recuerdo de
estos entusiastas hombres por la devoción a la Santa Espina, que cerraba, por
aquellos años la procesión de la parroquia de Santiago.
Su procesión constituía un
acontecimiento para el típico barrio. Los vecinos que tenían la suerte de que
pasara por sus calles, las engalanaban e iluminaban y hasta se hacían por
algunos las típicas limonadas, para que pudieran refrescar los hombres del
“paso” todos llevados a hombros por aquel entonces. Largas filas de sillas
llenaban las aceras y vecinos de otros barrios confraternizaban con los
percheleros. El desfile se hacía más penoso para las penitentes por la
deficiente pavimentación del recorrido, que en días en que había llovido
suponía un autentico sacrificio, por tener que salvar los charcos, más
numerosos de lo que fuera de desear.
La procesión de Santiago terminaba
cuando ya estaba saliendo casi la de Jesús Nazareno, de la parroquia de San
Pedro, razón por la que muchas familias habían de hacer la cena bien ligera.
Pero de todo esto ya escribiremos la próxima semana.
CECILIO
LOPEZ PASTOR
(HOJA
DEL LUNES, AÑO VII Nº 210, LUNES 8 DE MARZO DE 1971)
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