Estamos en plena Mancha, la sufrida
región de horizontes infinitos, la llana, la de los molinos de viento
desmantelados, la parda como el sayal
franciscano y el plumaje de alondras y cogujadas de sus resecos surcos; la que
se perfuma de tomillo y romero y coplas “manchegas”, la de apacibles rebaños,
la del olivo y la vid; la grande como Don Quijote, que nació en ella y como
Sancho, ruda; la que avara, guarda la lluvia en sus barbecheras para hacerla
luego trigo desbordado al fin, en las parvas de las eras que ciñen -¡diadema de
oro!- los pueblos, pueblos grandes blancos -¡reyes dormidos!- bajo el sol de
justicia del verano que hace sudar a la yunta que trilla y al zagal que guía;
por sus caminos polvorientos chilla estridente la galera pletórica de mieses, y
diríase que se arrastra el cansino borriquillo que lleva al hato pan moreno,
rojo vino y agua clara (carne, sangre y sudor) para el segador que, allá,
rendido el cuerpo sobre el agro, coge la mies de hoy y riega con su frente la
sementera del mañana.
No desfalleced, seguid adelante, dejar
al sol calcinar vuestra piel y dar salud a vuestro cuerpo con sus caricias
–zarpazos si queréis- y, no lejos, se os aparecerá una ciudad, en otros tiempos
“fortalecida de gruesas y elevadas muralla”… “que realzan su belleza ciento y
treinta torres”… “cuya inflexible mole se dividía por seis proporcionadas
artificiosas puertas” de la cuales, como
reina destronada, sólo conserva la mejor piedra de su corona desecha: la Puerta
de Toledo. Por ella llegan la vida, la aceituna a los trojes, el trigo al
granero… ¡por ella salen los que de su recinto parten para el eterno viaje!
Un día, sólo uno al año, está el campo
en soledad solemne, tal vez sois vosotros los únicos humanos que rompen este
silencio de majestad, pero, como heraldos de la ciudad, desde la más alta torre
de sus iglesias, desde la cuadrangular de la Catedral, las campanas vocingleras
dirigidas por “la gorda” os cuentan bien pronto, alegres, que Ciudad Real no es
un desierto, que en su recinto vive, que se acicala este día, cual ninguno y
que sus calles son hormigueros humanos donde se confunden y mezclan las
pueblerinas y amplias sayas con los menos amplios y excesivamente más cortos
vestidos que la moda impone. La provincia festeja (es el 15 de agosto) a la
Madre de todos, a su Patrona y Fundadora: la Virgen del Prado.
Confunden sus voces la leyenda poética y
la rígida Historia y cuentan: Fue en Velilla o Belilla, en Aragón, donde el
privado monsén Román Frólaz Caballero descubrió la imagen; la entregó a su rey
D. Sancho de Navarra y Aragón y señor de Castilla, quien, bajo la advocación de
los Reyes, la adoró en su oratorio como hizo después D. Fernando I de Castilla.
Luego, en corte en corte, como protectora real, peregrino y con Alfonso VI
conquista Toledo donde recibió culto hasta que, derrotado en Zacala, el monarca
antes de caer sobre Córdoba, mandó traerla con él a su capellán Marcelo Colino
o Cocino, el cual acampa, con su precioso encargo, en el feracísimo prado de
Pozuelo Seco de Don Gil. Junto a un pozo que en aquellos contornos había,
sesteaban unos pastores, mostróles la imagen y fue tanto el cariño que les
movió que, cuando Colino partía, con Ella también se iba la alegría de aquella
sencilla gente; a poco, sobre unas encinas del prado, vieron de nuevo a la
Virgen que tornaba desde Caracuel volando a Pozuelo Seco do nunca vióse agotado
de sus gracias el raudal. Para siempre quiso quedarse allí y llamarse María
Santísima del Prado; con ese nombre la adoraron Alfonso VI (de 1088 a1089) y
Alfonso VIII antes de la batalla de Alarcos y después del triunfo de las Navas.
Para venerarla vinieron doña Berenguela y su hijo el rey Santo; el Sabio
Alfonso la visita y funda la Villa Real sobre Pozuelo y traza sus muros y
calles, erigiendo templos y palacios y dando, desde Burgos, en 1255, la célebre
Carta Puebla de la Villa que asciende, en 1420, en el reinado de Juan II, “a
muy noble y muy leal Ciudad Real”. Todavía, cuando el pacificador Alfonso XII y
el Pontífice Pío IX rigen España y la Iglesia, respectivamente, aún merece la
ciudad mariana ser nombrada, en 18 de noviembre de 1875, Obispado-Priorato de
las cuatro Órdenes Militares. ¿No está más que justificado el título que de
Fundadora lleva la Virgen del Prado?
La crítica dice: “La construcción de la
estatua parece ser del siglo XIV, probablemente contemporánea de la Blanca que
se venera en la Parroquia de Santiago, de Ciudad Real”. El estado de ella hace
muy difícil sentar ninguna afirmación.
¿Por qué no hemos de dejar de hablar a
la realidad? Dos estados –cuenta- ha tenido la imagen de Nuestra Señora del
Prado. “En tiempos pasados estuvo tallada en una silla al uso de todas las más
antiguas de España, cubierta de oro y estofa; así vino a nuestra tierra, no
alterándola nuestros mayores en nada”; pero luego, siguiendo la moda importada,
para poderla vestir y “para que apareciera parada, siendo sentada, la cortaron
por abajo habiendo perdido los pies, esta mutilada por delante desde las
rodillas” y el Divino Niño “pasó del brazo izquierdo de la Virgen, en que
estaría, al centro”. ¡Crueles profanaciones divinas y artísticas! “La
proporción del rostro y talle es el natural de una mujer de mediana estatura;
morena en la cara, aunque no demasiado, de alegres ojosy que está representando
majestad y alegría en el semblante”.
A excepción de ahora, todo el año la
veréis en su trono, en el centro del retablo catedralicio, obra magna en madera
del escultor toledano Giraldo de Merlo y del también toledano pintor Juan de
Hasten, Haesten o Asten, empezado a
asentarse el 15 de julio del año 1616 y costeado por el indiano Juan de
Villaseca en diez mil ducados… Pero dejemos arte, historia y hasta leyenda y
gocemos con el entusiasmo místico y febril del pueblo que se apretuja en el
insuficiente y bien cuidado Prado de amores divinos; ya apareció el primer
lucero vespertino y es el momento de empezar a sentir el hondo escalofrío del
creyente; las campanas no dejaron de voltear desde mediada la tarde y ahora,
junto a ellas, estallan los innúmeros cohetes de una descarga; abajo el
incienso y la Marcha Real se mezclan al vocerío espontáneo de la chiquillería
que vitorea; las bocas rezan y los ojos lloran, es que
“Las campanillas suenan
la Virgen sale,
la Patrona del Prado
ya está en la calle”.
Y en su carroza de triunfo pasa entre
los hijos con el Otro en brazos.
…Triunfante recorrió el Prado y llega el
retorno “a su casa”; vuelta al pueblo, nos da él postrer adiós y recibe en su
cara, siempre risueña, las libaciones de miles de oraciones -¡purísimas
abejas!-
Así acaba el día de esta Virgen que
corta epidemias y da agua a los campos y oye a las mozas enamoradas y cura al
enfermo; de esta garrida Moza que el día de la “Pandorga” recibe coplas, como
las otras, en la reja de su camarín; de esta Reina que preside las casas y
defiende los pechos; de esta Madre que goza con nuestras alegrías y enjuga
nuestras lágrimas y recoge el último latir del corazón de sus hijos; a la que
no olvida el ausente ni el presente; la que recibe el holocausto doloroso de
las mujeres que, en trance supremo, prometieron seguir de rodillas, en la
madrugada de este día, la carrera que llevará, al morir el sol, la otra Mujer,
la compañera de todas. ¡La sangre de las rodillas destrozadas por la arena del
paseo purifica el camino de la Virgen!
Si Ella es nuestra guía, nuestro
orgullo… nuestra Madre, ¿Qué importa que esté mutilada? ¿Dejaríais de besar por
que le faltasen los brazos el retrato de vuestra madre?
Ciudad Real cuerpo, trabaja, sufre,
canta y progresa, lentamente si queréis, pero con firmeza y fe y por cada uno
de sus hijos, lo mismo sobre el secano que en las mil facetas de la vida
moderna; Ciudad Real alma, con arrebato sublime, no olvida su tradición de
ciudad arraigadamente mariana y así la veis sufrir con “la Dolorosa” de su Semana Santa poniendo su
sentir en las saetas (dardos sutiles y punzantes como las espinas del
Crucificado) y escala el cerro donde, bajo otra advocación, espera María que la
lozanía de sus quereres salvajes y varoniles la pasean en andas en la mañana
que sigue al domingo de Pentecostés. ¡Es de ver lo ufana que está entonces la
Virgen de Alarcos en su trono silvestre de cantueso, retamas “candelicas” y
margaritas que no parece sino que Ella las cuidó para este día! Entre aquellos
toscos, curtidos y sudorosos hombres, ¡va la Virgen tan contenta cuando la
obligan a mirar a los pueblecillos cernidos en el llano! A todo sobrepasa este
día de la Morena del Prado, la mejor Hembra de la Mancha, que recibe
requiebros, con frecuencia paganos, pero rebozados de tal entusiasmo que antes
de llegar a su cara ya parecen oración y, no hay duda, así es porque su Hijo
bendice complacido y Ella, maternal y divina, ríe y ríe…
Julián
Alonso Rodríguez. Legión Católica, domingo 19 de agosto de 1928, página 4.
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