Las obras realizadas en la catedral
durante los últimos años, son dignas de aplauso en cuanto mejoraron el templo
dándole mayor amplitud para las funciones de culto, sin que este aplauso pueda
extenderse a la labor artística, que resulta harto desdichada. En esto se ocupó
a su tiempo y con reconocida competencia, el ilustre escritor y querido amigo
mío, D. Inocente Hervás, y no seré yo quien vuelva sobre ello, por parecerme
irremediable y extemporáneo, y porque las censuras habrían de dirigirse a un
obrero y a un arquitecto que ya no existen, y ser cristiano desear paz a los
muertos: pero sí consignaré al olvido por los restauradores de la iglesia del
Prado y por borrar también la memoria de obras antiguas, hechas en el edificio
en pasados siglos, y merecedoras de eterna recordación. Me refiero a la
desaparición de las inscripciones existentes dentro y fuera del templo y que no
se han restablecido después de las reformas últimas.
En los muros exteriores de la sacristía
vieja, en el friso bramantesco divisorio de las partes baja y alta, hay dos
carteles y en ellos se leía “Año de Cristo de 1551”. Esta fecha la borró el
tiempo desmoronando la piedra, no siendo culpa de los restauradores su
desaparición, pero debió restablecerse.
La
marca de los canteros que trabajaron en el templo la podemos ver en muchos de
sus muros. Las fotografías que publico son algunas de las marcas que se ven en
la parte exterior del ábside catedralicio
En 1764, para resguardar de la intemperie
las bóvedas, se las cubrió con una armadura y un tejado, y por debajo del alero
se conmemoró la obra, con una inscripción que decía:
Se acabó esta
obra año de
1764, siendo
cura D. Juan Antonio Fernández,
y mayordomo D.
Diego García
de León.
Y en uno de los lados de la iglesia, a
igual altura, decía: “Año de 1764”.
Toda esta obra, incluso las bóvedas, fue
desmontada en las últimas reformas, pero al terminar la cubierta del templo,
debió restablecerse la inscripción, añadiendo debajo la noticia de la obra
nueva, y de este modo perpetuar el hecho histórico y la memoria del obrero y
arquitecto que hicieron lo último.
En el interior del templo había sobre la
puerta que mira al paseo, dos ó tres inscripciones votivas que no recuerdo y
que se borraron, y además, dos inscripciones interesantes y que no habían
debido desaparecer.
La primera, estaba en el muro del lado
de la Epístola, cerca del techo de la bóveda tercera y decía:
Esta capilla se acabó
de cerrar lunes víspera
de la Asunción de Ntra. Señ
ora Santa María de Agosto
de mill quinientos y ca
torce años, siendo mayor
domo Fernando de Vitor.
Y la segunda, en el lado del Evangelio
cerca del techo de la bóveda cuarta, rezaba lo siguiente:
Estas dos capillas
las cerró el grande arti
fice Antonio Fernandez
natural de Ecixa, acabo
las su discípulo Gerónimo
de Sales, siendo Cura el
muy reverendo licenciado
Alonso Manzano Mayordo
mo el... de Gamez, año de 1500
Esta es la iglesia mayor
de esta Ciudad Real.
Tal leyenda estaba cerrada de una
moldura y por debajo se leía:
“Se renovó año de 1845”.
Los renovadores de 1845 respetaron la
inscripción, equivocándola en el año, que debía ser 1580, pero la respetaron, y
los restauradores de ahora la borraron del todo. Qué razón tuvieron para
borrarla y condenar al olvido los nombres de dos arquitectos ilustres? Es bien
sencilla. Aquellas bóvedas tenían sus caracteres arquitectónicos bien
definidos. La tercera era una bellísima crucería ojival; las otras eran ya obra
del renacimiento, aunque con reminiscencias arcaicas, y los obreros modernos
derribaron y unificaron todas las bóvedas, haciéndolas perder sus caracteres
históricos arquitectónicos, y destruida la obra, era natural destruir a sus
autores. Conservar los nombres de éstos, valía tanto como declararse destructores
de lo que no se atrevían á igualar, ni á imitar siquiera.
Finalmente opino que esas inscripciones
debían renovarse con explicación y relato de las nuevas obras, para perpetua
memoria de aquellos beneméritos obreros y artistas, y de los que las últimas
emplearon su actividad, conocimientos y gusto artístico buenos ó malos.
Rafael
Ramírez de Arellano. La Tribuna, extraordinario de fiestas, 15 de agosto de
1910.
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