La Virgen
del Prado en su camarín
Largo espacio de tiempo echaba, ¡años
atrás!, en subir y bajar la amplia y regia escalera del Camarín de la Virgen
del Prado.
“El
día 9 de julio de 1698 se trujo al cimenterio desta Iglesia la primera galera
de piedra para hacer la escalera del Camarín de Nuestra Señora del Prado”.
Según las actas de la Cofradía, aquel día, en medio de una horrorosa tormenta,
cayó un rayo en el chapitel de la torre, derribó la pizarra de él y “feneció en la entrada de la torre”. “Fue tan grande el trueno que tembló todo el
templo cayendo, a un tiempo, muchos pedazos de hieso del enlucido de la
Iglesia. El rayo no hizo agravio en la mucha gente que estaba dentro”.
Antes en 1619, a expensas de don Felipe
Muñiz, contador que era de la Real Hacienda, se había construido la armonía
sobrecogedora del Camarín, ardiente de sol recién nacido, cernido por la
policroma vidriera que manchaba de colorines mates, pocos años ha, el rojo
terciopelo en baldaquino para aquella belleza morena de la Patrona, risueña
entre nimbo de llamas de plata, con campanillas y velas pajizas. Maternal,
siempre consolaba y concedía.
El Niño, mientras tanto, se entretenía
con un ramico de flores y una bola.
Escalera
de acceso al camarín de la Virgen
No siempre estuvo de pie y vestida de
telas la Virgen del Prado. Cuentan que, antes de 1574, su posición era sentada
y con ropaje de oro y estofa y sostenía a su Hijo, sentado, sobre su rodilla
izquierda. Le enseñaba una manzana y El la bendecía. Pero he aquí, cómo, por
entonces, los Regidores, el Párroco y el Mayordomo de la Virgen, para hacerla
aparecer de pie y vestirla de paños, fuerzan a Antonio Poblete a mutilar la
Imagen y arrancarle el Niño. Se resiste y no lo hace, pero recomienda a
Francisco Carrillo quien, en presencia de todos, a hachazos, primero, y con
sierra, después, corta las rodillas y pies a la Virgen destrozando atrozmente
la talla, aunque conservando gran parte de ella, pues la Virgen del Prado era
entera y no “de devanaderas” como se dice por ahí. Es fama temblaba el templo a
cada golpe y hasta cayó una piedra de la bóveda. ¡Era natural esta conmoción
del cielo y de la tierra ante tal –religioso y artístico- desaguisado
profanador y bestial! Antonio Poblete, con mañas escultóricas, de un trozo
arrancado a la Patrona, hizo, y llevó a Lima, una estatuilla completa de una
virgencita, aún venerada allí con igual advocación.
En el Prado de la Virgen, jugábamos los
chicos al “guá”, a trueque de pescozones y regañinas de Joaquín, el guarda.
Antes que a nosotros, otro guarda, el padre del siempre bien recordado don
Rosario, cuando nuestros antecesores le arrebataban rosas de los viejos
jardinillos, indignadamente benévolo les amenazaba con “plantarles” una multa
que nunca ponía.
De
las antiguas tablillas que en otros tiempos llenaban las paredes del camarín,
solo se ha salvado esta, que recuerda una gracia por intercesión de la Virgen
De este modo, desde que, ¿en 1778?, ¿en
1783?, Isidoro Madrid –siendo el Prado lugar indecoroso e inmundo para ser
antesala de Santa María- tomo a su cargo allanar el terreno y plantar árboles,
bebió ocurrirle lo mismo a todos los guardas o vigilantes, con la pícara
chiquillería. Menos ahora que no hay vigilantes, a lo que parece.
Con esas enseñanzas, decidme si el
zagalejo de la Virgen, el mejor vecino del barrio, no tuvo motivo suficiente
para aprender a jugar con flores, que para El habían de ser de plata, y con
“bolindres” de cristal y oro, como mundos pequeñejos. Además, ¡para eso su
Madre tenía jardín florido, con paseos llanos, anchos, de arena, a veces
afeados con negra carbonilla, pero blanditos para hacer “guás”, con las uñas, y
jugar a la “culebra” o “a guardias y ladrones”.
Pero volvamos a lo nuestro: os decía,
subía yo, lentamente, la escalera del Camarín. Es que mi curiosa y malsana
fantasía se recreaba en la contemplación de los milagros que tapizaban sus
muros. Al ascender, miraba los de la derecha. Al bajar, revibasa los del otro lado.
Era mi costumbre dilapidadora del tiempo.
Actualmente
en la escalera hay dos lápidas que recuerdan hechos históricos. Esta en
concreto la visita de la Reina Isabel II y su familia junto a San Antonio María
Claret en 1866
Allí, con sus letrericos explicativos,
había brazos, cabezas, ojos, pechos, ¡toda una anatomía descuartizada de cera
añeja y oscura rociada de polvo de años! de cera blanca y nuevecita, con lazos
desteñidos de cera roja, azul, amarilla, morada, blanca, verde… Había velas
rizadas, y matas, largas, de pelo trenzado con polvo y dolor o con telarañas de
renunciación monjil. Colgaban por acá y por allá, mortajas blancas, sepulcrales
y tétricas, con coronas de flores de trapo y hojas de papel dorado, como
exvotos de salud conseguida. Los galones del sargento muerto en El Gurugú, de
la morería, el año de 1909, orilla de una lámpara hecha con rodajas de caña.
Una condecoración militar en otro rincón. Pegada a la carta escrita a su madre
entre escalofríos de fiebre amarilla de la manigua cubana, estaba la fotografía
del mozo recluta. Al lado, una cuchara de palo cariñosamente tallada, con
navaja cabritera, por el pastor de Fontanarejo. El lazo de la primera Comunión
del niño muerto de calentura y sangre, al alborear la pubertad; el ramo blanco
y tul, de la desposada; muletas… un trozo de cañamazo con un perro, un gallo,
un florero y un abecedario que, a punto de cruz, con estambres de colores, “los bordo Antonia Ruiz el año 1882, cuando
tenía doce años”.
Los
apliques de la escalera proceden del Obispado y fueron realizados en el
pontificado del Obispo-Mártir, D. Narciso de Estenaga y Echevarría, del gran
artista toledano Julio Pascual, de los años veinte del pasado siglo
…Y marcos y marcos, con cuadros
encantadores, sin perspectiva, pintados al óleo, a la acuarela, a tinta –parda
ya- plenos de anacronismo, de ingenuidad y de movimiento, expresión gráfica de
milagros rurales, campesinos, manchegos: el padre, paralítico, incorporándose,
en su catre, ante la alegría de la mujer llorosa y de los hijos asustados: el
niño sacado ileso del pozo; en el fondo de peligroso barranco, una mula
despeñada, come sosegadamente mientras el gañan, en lo alto de inverosímil
escarpe, se arrodilla para dar gracias a la Virgen aparecida; la señorona,
clamante, en el piso del balcón hundido, y la niña de delantal vueludo ,
risueña y comilona surgiendo de los escombros; la procesión de la Virgen,
pasando por el arbolado paseo de la calle de los Reyes, con fondo de la torre
pizarrosa y sobre alfombra de tierra movida por las rodillas del matrimonio agobiado
que la antecede… En todos los cuadros, un rompiente luminoso con la Virgen,
entre nubes anaranjadas, rígida, con sus arcos de campanillas, con su corona
imperial, sin toca, con rostrillo, sonriente en su peana argéntea y, con
frecuencia, con el manto azul y estrellado famoso, como en aquella composición
espeluznante, colgado allá arriba, del hombre que rabió.
La
otra lápida de la escalera nos recuerda la coronación pontificia de la imagen
el 28 de mayo de 1967
Nunca se quedaba sin visita el resobado
lienzo, en marco desguardamillado, donde la Virgen, en lo alto, presencia el
espectáculo impresionante de unas mulas, espantadas, tirando de un carro lleno
de piedras que estruja, con una rueda, por la cintura, una cosa parecida a un
arañon con sólo cuatro patas retorcidas, que, en realidad, representaba al
carrero atropellado agitándose en el vacio angustioso y desolador de la
tragedia. Debajo “El tantos, de tal mes,
de tal año, Fulano Cual, vecino de Ciudad Real, llevando un carro de piedra,
para empedrar su era, se le espantaron las bestias y, al quererlas parar, cayó
al suelo y le iban a pasar las ruedas por encima. En tan grande aprieto invocó
la protección de Nuestra Señora la Virgen del Prado y, al punto, se pararon las
mulas y él se levantó sin daño alguno, para memoria de lo cual mandó pintar
este milagro y que lo colgaran en el Camarín de dicha señora. Año de…”
La esperanza, la tragedia, la alegría,
la fe, abriendo calle para que, todos los años, la Virgen las vea la víspera de
San Lorenzo, al bajar al Altar Mayor y al subir el día 22 de agosto por la
noche.
¡Qué lástima! Ahora, las paredes del
Camarín están frías y solas. Se sube pronto. Sólo, en un descansillo de la
escalera, una lápida negra nos detiene y nos cuenta con letras doradas, la
tragedia de los que se fueron por obra y desgracia de épocas tumultosas.
El
actual pasamanos de la escalera fue realizado en 1988 con motivo del IX
Centenario de la aparición de la imagen y es una obra artística del maestro de forja de la
Escuela de Artes y Oficios de nuestra ciudad, D. Antonio Blanco Martínez
¡Ya no hay el interesante y desbordante
recuerdo de “los milagros de la escalera del Camarín! Tampoco los hay en el de
la Virgen de Alarcos, para ser zarandeados en la noche por las pálidas y
achaparradas salamanquesas en sus correrías devoradoras de mosquitos. Pero los
he rememorado en la Consolación de Utrera; en la Fuencisla segoviana; en el
claustro mudéjar de Guadalupe; en la resquebrajada, lejana, ermiteja de la
Virgen de los Tornos de Velilla de Jiloca; … en Granátula que supo conservar su
Virgen, aunque mal repintada, pero sin deterioro, en la prócer ermita oretana
de Zuqueca, peregrino museo de bordados bellísimos y originales; muestrario de
la mejor y más curiosa y artística artesanía de piedra amorosa y secular.
No recuerdo haber visto su
representación gráfica, y es tan castizante campesino y manchego, que no dudo
poner, tal cual está, la relación que posee del milagro de la langosta:
“El año 1758 se inundó toda la provincia
de la Mancha de langosta. Sacaron a Nuestra Señora del Prado en procesión a las
eras y se le posó una langosta en el rostro de la Virgen y no se vieron más”.
Después
de la Guerra Civil Española (1936-1939) el camarín fue reconstruido por la
Ilustre Hermandad de la Virgen dotando a las ventanas de artísticas vidrieras
Como naturalista, algo más que
comentarios podría añadir a este milagro, pero, pese a ello, -al fin y al cabo
en el XVIII no se conocía, como en el XX, la biología de la langosta-, cogería
al chicuelo avispado de los lápices de colores; le leería repetidamente el
milagro; le diría lo interpretase a su modo, sobre papel basto, a fuerza de
chafarrinones chillones y absurdos, pero encantadoramente infantiles; le
obligaría copiar, al pie y con su letra inicipiente, el relato; pondría un
marco desconchado, de viejo, al cuadro, y lo colgaría en las desmanteladas
paredes de la escalera del Camarín de la Virgen.
La Mancha seca, angustiada, adormida,
modesta, sufrida; la de sayas gordas y pañuelo a la cabeza, anudado a la
barbilla; la de medias a rayas y “faltiquera” honda, la de siglos y tiempos
atrás, tendría así su espejo.
El de la Mancha de ahora, sería…
¡Ya nos dirán, un día, cuál es el espejo
de la Mancha de ahora!
Julián
Alonso Rodriguez. Diario “Lanza”, especial de Feria y Fiestas, jueves 14 de
agosto de 1952, páginas 7 y 8.
En
la sacristía del camarín hay un crucificado proveniente del retablo de Santo
Tomás de Villanueva obra del artista sevillano Bravo Nogales
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